Jacques sólo fue un bufón al que asesinaron injustamente.

Al nacer Jacques fue abandonado por su familia, pero tuvo la fortuna de ser recogido por una de las criadas que trabajaba en el castillo del rey.

La mujer, al ser cercana a la familia real, le suplicó a los reyes quedarse con el bebé y estos accedieron con la única condición de que el niño trabajara para ellos cuando creciera. Así fue como Jacques pasó toda su infancia jugando felizmente en un lugar espacioso y repleto de gente, por lo que desde muy pequeño aprendió a relacionarse bien con los demás.

Conforme fue creciendo su vitalidad y ocurrencias llamaron la atención del Rey, por lo que éste decidió hacer al pelirrojo parte de su corte convirtiéndolo en su bufón. Para la época, tener un trabajo así era todo un privilegio y también era muy respetado por los demás, ya que los bufones podían decir cosas que nadie más se atrevía a hablar ni en broma.

Por eso Jacques se sintió agradecido y desempeñó su puesto con orgullo, hasta que la reina empezó a interesarse por él de manera romántica. La mujer se le insinuaba en los pasillos y muchas veces llegó a tocarlo, pero Jacques nunca cedió ante ella; él sabía que lo que la reina hacía estaba mal, pero como tampoco podía reclamarle nada decidió permanecer en silencio.

No fue hasta que cierto día la reina le pidió huir juntos y él se negó; tras rechazarla, la reina se molestó tanto que acusó a Jacques de haberla acosado y lo mandó a matar.

Al morir, las criaturas del infierno le ofrecieron vengarse y Jacques aceptó; entonces volvió a la tierra, pero esta vez como un fantasma para poder asesinar a todos los del castillo. Desde entonces, Jacques se han mantenido cautivo en el castillo asustando a gente y manteniendo viva la esperanza de encontrar sus restos para poder descansar en paz.