Satō

Mandoux

Info


Created
3 years, 10 months ago
Creator
Mandoux
Favorites
0

Profile


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Name Satō Nobuyuki
Nickname Nobu-san, Sacchan
Age 22
Height 171cm
Weight 53kg
Ethnicity Japanese
Origin Shibuya, Japan
Orientation Bisexual
Status Alive
Birthday May 1
Gender Male
Blood Type B-
Occupation Figure Skater
MBTI -

Character

Charisma
Kindness
Patience
Optimism
Empathy
Temper
Manners
Humour
Confidence
Charm
Style
Resistance
Dexterity
Accuracy
Stamina
Strength

Trivia

  • Es el mejor patinador del mundo, actualmente, con varias medallas de oro, dos en las olimpiadas.
  • Su entrenador es noruego.
  • Su modelo a seguir siempre ha sido Evgeni Plushenko, un patinador ruso que entró a la historia; y también Alex, por su manera tan atrapante y enérgica que tiene de patinar.
  • Fue el primer japonés en llevar un primer puesto en las olimpiadas de patinaje artístico a su nación.
  • Su apodo es The Ice Swan por la gracilidad de su accionar ya que parece que vuela con sus saltos.
  • Él y Alex tienen un lema que les motiva a seguir adelante: "Keep winning so I'll be able to still share the podium with you". Le impulsó mucho tras el accidente.
  • Tiene planes de retirarse antes de lo esperado del patinaje artístico pues su lesión, pese a que esté curada, ha dejado secuelas que pueden empeorar gradualmente. Pero le gustaría ser entrenador.
  • Vive en Noruega y le acompaña un pequeño perro que se llama Daiki.
  • Aparte de Alex, también conoce al resto de patinadores que conforman los 4 primeros puestos, llevándose muy bien, sobre todo, con Yukio, otro jaopnés al que es muy cercano y que parece ser que tomará su lugar en un futuro no tan lejano.

The Ice Swan

About

Dulceㅤ | ㅤIngenuoㅤ | ㅤCálidoㅤ | ㅤTerco

Su personalidad es realmente carismática, tan alegre y optimista con todos los que le rodean que al final acaba transmitiendo inconscientemente su buen humor, es por ello que es realmente querido en su profesión, tanto por sus compañeros y contrincantes como por sus fans. Se muestra siempre realmente cariñoso y extrovertido con quienes tiene mucha confianza, rasgo que adoptó paulatinamente del español, llegando incluso a ser ligeramente infantil y risueño. Aunque le cuesta relacionarse en un principio, mostrando incluso gran timidez.

No obstante, cuando se halla en la pista, es otra persona completamente distinta pues entra en un trance donde solo son él, la melodía y sus patines sobre el hielo. Se muestra realmente concentrado y en algunas ocasiones serio, pero siempre intenta compaginar sus expresiones con el aura que transmite su accionar.

Preferences

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  • Takoyaki
  • Las playas de Barcelona
  • Verde

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  • Inglés e Historia

Background

En Shibuya, concretamente en una zona muy cerrada, nació en la cuna de una familia moderada, no acomodada del todo, pero tampoco escasos de dinero. Le prosiguieron dos hermanos menores, ambos carones y con dos años de diferencia entre sí, él tan solo les supera por un año al mediano y por tres al menor de todos.

Recibió una educación tradicional japonesa, muy estricta y basada en la formalidad de sus actos, sin chance a abrirse a caprichos o deseos que pudieran, de alguna manera, dañar su reputación aún no formada, pues apenas cumplía 5 años cuando recibió su primera y gran reprimenda tras atreverse a contestar infantilmente a un mandado de sus padres. Era solo un niño pero la disciplina es una cualidad que ha de adquirirse de muy joven, dictaba su padre.

Así pues, la madurez y estoicismo que en su hogar reinaba se transmitió también a su personalidad, reflejándose sobre todo en su vida escolar, ya que estaba muy privado de imaginación. Realmente, le costaba hacer ciertas actividades de libre albedrío como lo era dibujar una escena o relatar cuentos, y desde muy pequeño, le exasperaba pese a no denotarlo. No podía crear mundos en su interior pues no tuvo un algo que le iniciara a ello. Tan pegado a la realidad que asustaba. Nada parecía emocionarle. Nada le apasionaba a sus, ya, 7 años de edad, ni las caricaturas a las cuales sus hermanos estaban adictos.

Estudiaba pero no resaltaba mucho, tropezaba especialmente con el inglés y lo que mejor se le daba era la educación física, no obstante, esta mediocridad no conformó a sus padres, quienes buscaban exasperadamente que su hijo triunfarra y brillara; diera nombre a la familia. Una oportunidad para sobresalir frente a una sociedad japonesa tan exigente.

Pero Satō solo deseaba un poco de paz y más emoción en él.

Sus padres, viendo que la actividad física era en lo que más podía distinguirse el pequeó pelinegro, lo metieron a mil y una actividades: tenis, pádel, voleibol, kárate, natación... Pésimo en todos excepto en el último, donde más o menos podía defenderse.

Y cuando estos se daban por vencidos calificando a su primogénito como "inútil", apenas cumpliendo 8 años, los ojos del pequeño pelinegro se expandieron y brillaron como nunca antes.

Fue un día cualquiera de primavera, caluroso incluso, sus hermanos peleaban por ver la televisión y por error pusieron el canal de deportes, donde un patinador ruso, de nombre Evgeni Plushenko, estaba a medias de una exhibición, al parecer final de la gala pues había ganado el Grand Prix. Pero eso no importaba pues un salto, un único salto al compás de la melodía fue lo que encandiló desde un principio al pelinegro que con emoción observaba y analizaba cada movimiento del patinador, embelesado y absorto en su gracilidad y, sobre todo, pasión.

Había encontrado un ídolo pues quería ser como él. En ese momento no conocía ni su nombre, pero ansiaba con ser de esa manera. Despreocupado, sonriente, elegante y tan pasional con sus actos. Quería ser igual o, si era posible... Mejor.

Corrió, tropezándose incluso, con una amplia sonrisa en sus labios, sus ojos rasgados amplios y brillantes, y en el momento que se topó con su madre, le habló de su deseo, rogando ser apuntado a patinaje artístico. Ha de ser mencionado que su madre sí era menos severa con su hijo y, al verlo de esa manera, algo en ella se derritió y permitió llevarse por los impulsos, agachándose a su altura y pellizcando uno de los abultados pómulos de su hijo. Es la primera vez que a Satō vio sonreír tan genuina y cálidamente a su madre, quien, después de Alex, es su mayor apoyo actualmente.

Semanas después, estaría empezando sus primeras clases de patinaje cerca del centro de Tokio.

Como cualquier comienzo, era bastante mediocre ya que se caía mucho y su coordinación era pésima, pero su determinación le impulsaba fervientemente a levantarse del suelo y continuar deslizándose, siempre sonriente y con sus orbes azulados brillantes en los focos que le iluminaban desde lo alto. Y pese a no destacar, había algo en el destello de su mirada que a su entrenador llamó la atención, pues parecía que el pequeño estaba completamente enamorado del hielo y la sensación de resbalar sobre él.

Ese mismo entusiasmo impulsó a Satō a levantarse del suelo cuando caía, a aguantar el dolor de los esguinces resultantes de los accidentes un tanto más graves y seguir forjando la flexibilidad que en un futuro le caracterizará pero que, por ahora, le costaba sacar a la luz. Es así que con 13 años, tras 5 patinando, ya se había especializado, dentro de lo que cabe para su edad, y había comenzado a competir bajo la tutela de un nuevo entrenador un tanto más profesional y recomendado por el anterior.

En las competiciones iniciales no alcanzaba los primeros puestos, siquiera el podio, podría ser por el nerviosismo pero cometía errores pequeñis y caídas que le valían severos puntos. Un aura que él mismo creaba cuando patinaba que acababa hipnotizando a sus espectadores, cargado en elegancia y belleza, no muy pulida quizá por su edad, pero era impresionante.

Todos estaban de acuerdo que Nobuyuki Satō era un prodigio del patinaje artístico y sería un monstruo imbatible en el futuro.

Y no se equivocaban, pues a medidaque avanzaba el tiempo, también subían sus puestos en las competiciones, ganando su primer puesto con 14 años. Después, le precederán únicamente victorias.

No obstante, a él no le importaba eso, se sentía eufórico, feliz y emocional cuando clavaba los loops y los saltos, sencillos aún pero cargados en elegancia y belleza. El aura que sus movimientos creaban sus expresiones la acompañaban y tal trance y concentración en sus coreografías le valían los primeros puestos. Su amor por el patinaje artístico aumentaba al igual que su ansia por llegar más alto.

A sus 15 años, se presentó a una competición de nivel regional, donde ganó la medalla de bronce. Un tercer puesto que le avisó del nivel verdadero que había, que no era el único milagro del patinaje, y en vez de mostrarse desmotivado como en un pasado estaría, solo era una razón más que le impulsó a seguir su camino y ser el mejor.

Definitivamente sería el número uno.

Y como un fenómeno de la vida, da la casualidad que dicha competición fue vista por Fredrik Anders, el noruego ex campeón olímpico en dos ocasiones y actual entrenador de patinadores de prestigio, tal y como lo fue de Evgeni Plushenko; quien se hallaba en Japón para animar a un chico a su tutela quien se presentaría a la competición nacional del país asiático. Desde su hotel había observado la competición regional juvenil y nada más ver la presentación de Satō, exigió, sin ver nada más, siquiera en qué puesto quedó, saber quién era y si estaba dispuesto a ser entrenado por él.

Obviamente, aceptó. Luego, lloró junto a su madre de la emoción pero en el momento no pudo borrar la sonrisa de su faz. Estaba cumpliendo su sueño.

Sus inicios en la carrera profesional empezaron difíciles, no dominaba para nada el inglés y el ejercicio que su nuevo coach pedía era muy exigente, algo que no había hecho tiempo atrás. Podía haberse rendido pero se empujó hasta los límites y, de un momento a otro, tras quedarse a las puestas del podio en varias ocasiones, consiguió su primera medalla de oro a nivel nacional con 16 años. Una medalla acompañada de un récord al ser el patinador masculino con más puntaje en su programa corto de la historia.

"I did it!" recuerda que le chilló a su entrenador, quien emocionado le respondió "Yes, you really did!".

Pocos meses después, pasaría a viajar internacionalmente, presentándose a un mundial que acabó con un primer puesto para Japón gracias a él y ganándose el sobre nombre de "The Ice Swan", puesto así por sus saltos, donde literalmente volaba y enamoraba a los espectadores con su elegancia y sutileza.

Del mundial en Austria, fue a Barcelona, al Grand Prix de ese año, ni habiendo cumplido los 17 aún, donde también ganó la medalla de oro y otro récord al ser el más joven en conseguir tal reconocimiento.

Pero si recuerda ese día a la perfección no fue por el premio en sí sino por otro suceso.

Satō nunca ha sido bueno con las personas, era realmente introvertido y solo se abre cuando patina, por eso cuando olvidó sus patines en el recinto, ya cerrado, casi muere de la vergüenza tratando de notificarlo a los guardias de seguridad /con los que tuvo problemas para comunicarse dado a su muy básico inglés/, pero estos le permitieron amablemente entrar con rapidez de nuevo a la pista y recuperar lo que era suyo.

Le pareció realmente extraño ver las luces aún encendidas del sitio pero al momento supuso que se encontraban limpiando el lugar. No coincidía mucho pues era realmente tarde y él se dio cuenta que olvidó sus patines cuando ya estaba en el hotel, aunque no podría descartarlo. Así que, entró por donde lo haría usualmente, directo a las pistas, pero un sonido muy característico que él conocía a la perfección resonó cuando estaba peligrosamente cerca: las cuchillas deslizándose por el suelo y el estruendo que éstas hacían al chocarse contra la pista tras haber dado un gran salto. Alguien patinaba completamente a solas de madrugada.

Obviamente se dejó llevar por la curiosidad y comenzó a andar más rápido para que le diera tiempo a ver qué ocurría; por ello, antes de que se pudiera dar cuenta, sus orbes azules se habían expandidos al igual que sus pupilas tras haber presenciado el momento justo cuando un joven de cabellos castaños y ojos cerrados hizo un flip que aterrizó perfectamente y con una sonrisa plasmada en su faz. Sus movimiento eran potentes, fuertes, enérgicos a la par que elegantes y embaucadores a la vista, aunque lo que más destacaba era la pasión de sus actos, la expresión de disfrute tras clavar otros saltos más simples. Era único y, para no perderlos en sus recuerdos, decidió grabar con su teléfono al que suponía que era español.

Siguió con la cámara todo el recorrido que el joven hacía completamente absorto por una parte y melancólico por otra, pues era como si hubiese revivido la vieja memoria de él descubriendo todo el mundo del patinaje artístico gracias a Plushenko. Pero esto era distinto, más cercano a él, y por ello le maravillaba. Quería igualarse a esa fuerza y pasión tan singular. Pero... ¿Por qué no lo había visto competir?.

Y sin querer, tras el chico haber realizado un perfecto triple axel, se le escapó un "Woah, sugoi!" realmente alto, lo suficiente para que el joven saliera del trance y, al verlo, se cayera estrepitosamente al suelo. Parece que también exclamó algo pero no lo llegó a entender..

Al momento dejó de grabar para ir a ayudarlo pero el castaño no parecía preocupado por cualquier tipo de lesión que se hubiera hecho, sino más bien, por quién era él. Ambos intentaron explicarse pero... Satō tenía un inglés pésimo por lo que tuvieron que depender del traductor google para poder entenderse. Es así que descubrió que el chico, de nombre Alexandre, no era profesional porque no era "apto" según él, pero no tardó en refutarle, sin querer, en japonés, no obteniendo respuesta alguna más que confusión por parte del español. Para no perder más tiempo, pues seguía siendo de madrugada, le pidió su número para darle una sorpresa al día siguiente, una muy grata que le cambiaría por completo pero por el momento Alex no podía encontrar mayor regalo que conocer en persona al mejor patinador del mundo y, por otra parte, no ser despedido de su lugar.

Al día siguiente, en las prácticas, el japonés mostró el vídeo que había grabado a su entrenador y suplicó, literalmente, de rodillas que por favor le diese una oportunidad antes de volver a Noruega, una simple audición, con la excusa de que le encantaría patinar con él, aprender de él y asegurando que llegaría muy lejos en la profesión junto a él. El pobre noruego no tuvo otro remedio que aceptar y confiar en las palabras de su pupilo, quien le sorprendió con esa emoción que fuera de la pista el pelinegro no poseía.

La audición se realizó al día siguiente, uno antes de partir de nueva cuenta a Noruega, y el ojiverde no podía verse más nervioso, lo cual se vio reflejado al principio en su presentación, pero Satō sabía que podía hacerlo mil veces mejor; por lo que, sorprendiendo ya no solo a su coach, sino también a sus compañeros de entrenamiento y al propio patinador, dejó escapar un gran grito de ánimo para él, queriendo transmitirle la fuerza y valentía que sabía que el español tenía con tan solo haber visto una presentación. Ese día, Alexandre se volvió su compañero de pista, mejor amigo y, en un futuro realmente próximo, quien le acompañaría en el podio hasta el día de hoy.

Ambos se prepararon arduamente para las olimpiadas que se avecinaban al año siguiente, una vez Satō había cumplido los 17 pero antes debían superar el torneo de los cuatro continentes que acabó con un primer puesto para él y un tercero para Alex, pero no tardaría en subir al segundo.

De esta manera, los meses de preparación pasaron rápido para ambos por esas esperadas Olimpiadas en Rusia, y el día, finalmente, había llegado. Un día importante pues podría romper otro récord y el más importante de todos, ya que sería el primer hombre en llevar la medalla de oro a Japón, la cual se quedaba siempre a puertas de la misma. Es por ello que ofreció sus mejores presentaciones y las más difíciles, constando éstas con saltos que conllevaban cuatro vueltas en el aire o combinaciones de saltos, ya de por sí, complejos; un ejercicio tan exhaustivo como complicado de aterrizar, pero se las arregló para clavar cada uno de ellos, como siempre. Y claramente, fue recompensado con la medalla de oro de las Olimpiadas, volviéndose al momento en el orgullo de su nación. En adición, su podio, como un futuro hábito, compartido con la medalla de plata del español.

Sin embargo, aún no sabe si fue por el cansancio, sus recuerdos del momento son muy poco lúcidos, pero en la coreografía de exhibición final algo iba mal en él, lo notaba. De momento aterrizaba a la perfección cada uno de sus movimientos a la par que su danza, pero le costaba el doble y quizá debió tener eso en cuenta antes de intentar realizar un cuádruple loop. Una acrobacia complicada que pocos podían posar, él entre ellos, y a lo mejor eso le dio confianza. Aunque desde el primer momento algo falló, no calculó bien las distancias probablemente, y acabó estrellándose violentamente contra uno de los muros límite de la pista.

A partir de ese momento solo tiene pequeñas piezas de su memoria, trozos en blanco donde por mucho que trate de recordar nada viene a su cabeza pero muy seguramente sea mejor así. Sólo es capaz de recapitular a la perfección el dolor agudo que había en su cabeza, el pequeño charco de sangre que se había formado en la pista procedente de su extremidad inferior, el sabor metálico de dicho líquido carmesí por toda su boca y un brazo que era incapaz de mover. Lo más grave, sin duda, fue la herida situada en su pierna derecha, en el gemelo, un profundo corte causado sin querer por la cuchilla del patín. Las fibras del músculo estaba, casi, destrozadas, y aunque podía curarse, obviamente las secuelas que dejaría serían tan severas que todos los medios avecinaban el fin de la carrera artística del japonés. “Estrella fugaz” por su brillo maravilloso y único, a la par que efímero.

Fue una época fura para Satō, estuvo a punto incluso de dejar su profesión, ya no solo por su propio desánimo sino, también, por el poco apoyo de los medios que lo daba por acabado. De no ser por su madre, el entrenador y Alex se hubiese rendido en ese primer momento donde el médico mencionó las posibles consecuencias. Sin embargo, acató toda recomendación que el doctor le brindó para recuperarse lo más pronto posible, aunque realmente le dolió no poder patinar el primer mes.

Tras mucha paciencia y fuerza de voluntad, se repuso mucho antes de lo esperado, a dos semanas de un mundial al cual se presentaría por pura ambición y nostalgia de su adorada pista de hielo. Quedó cuarto con una presentación mucho más sencilla de lo usual, pero perfecta, sorprendiendo aun así a los medios que en veces anteriores lo daban por perdido.

Lo que más recuerda con cariño de esa competición fue un bonito gesto por parte de Alexandre, medalla de oro en ese año, quien, tras verlo tan defraudado y poco orgulloso de sí mismo, retiró la medalla de oro de su propio cuello y la colgó en el suyo con una confortable sonrisa, cálida y dulce. “Continúa ganando para seguir compartiendo el podio contigo, Sacchan”. Palabras de ánimo lo marcaron por completo y que, a día de hoy, es su lema.

Después, sólo le precederán medallas de oro excepto algunos segundos puestos contados detrás del español pero no le importaba, pues ese podio seguía teniendo a ambos. Y a los medios tampoco les importó calificarle como “el mejor patinador del mundo”, por su esfuerzo, su perfección y su elegancia.

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