Ao es el tercero de cuatro hijos en la familia Aösora, siendo el gemelo de XXXX, el cuarto hijo. Al ser un "defectuoso" se le arrebato toda posibilidad de pelear por la cabeza de la familia y gran parte de la herencia que le correspondería; quedando así en un segundo plano olvidado por sus padres y auto-confinándose a una de las propiedades olvidadas de su familia.
Siempre que podía le gustaba pasear por las calles de Grëiphebihian, capital de Dëjina, metiéndose en cuanta librería encontrara para así ampliar su colección de libros; Su fascinación eran los libros de magia siendo su extensa colección de grimorios su orgullo, aun si apenas podía entender el conocimiento que aquellos códigos ocultaban. En general le gustaban leer cualquier cosa que le mostrase cosas de su imperio ya sea su historia, su flora y fauna o los mismo monstruos que caminaban por esas tierras como los humanos tiempos atrás.
En algún momento su biblioteca personal empezó estar habitada por pequeñas bestias mágicas con apariencia de conejo, algo muy usual ya que a estas les gusta vivir en los libros aprendiendo de ellos y volviéndose posesivos con estos, Aö estaba encantado con estas bestias empezó a tomarlas como sus compañeros de lectura hasta el punto de que termino formando un contrato con ellos. No eran bestias de alto nivel pero para él le era suficiente con sentirse amado y de utilidad para esos seres.

Entre problemáticas fuera de su entendimiento en aquel momento, fue prácticamente tirado por su familia a los brazos de su propia suerte, terminando de alguna forma bajo el ala del príncipe heredero quien lo tomo como su pupilo. Desde el inicio se llevo bien con el primer príncipe, aun con su diferencia de edad Akahiko siempre le trato con amabilidad, enseñándole todo lo que creía necesitaría y ayudando a alimentar el deseo de conocimiento mágico que tenia el joven pelirosa, además de darle su propio conocimiento junto con objetos que pudiera necesitar. Gracias al primer príncipe, Aö sentía el palacio del mayor como si propio hogar solo por un pequeño detalle: El art Aktïv que Akahiko protegía con su vida.

  Akahiko llego a tomarle tal cariño que empezó a querer que se volviera cercano también a aquella chica. Cuando tenían clases dadas a ambos generalmente era tranquilo, después de todo ninguno de los dos intercambiaban palabras con el otro (aunque Aö no podría decir que no lo intento), pero cuando quedaban solos era otra cosa; Si las bestias conejo eran posesivas con los libros en los que Vivian ¿Cómo podría describir a ese Art cuando se trataba de su amo?. A solas su verdadera relación relucía, siempre salía de ahí con marcas que se obligaba a ocultar ¿Cómo se sentiría Akahiko si lo supiera? siempre lo atormentaba pensar en ello pero aquel Art no hacia mucho por ayudar, no le gustaba en lo absoluto tener que compartir al mayor con alguien mas.

En el tiempo que estuvo en el palacio conoció al que diría fue su primer amor; Kohaku quien servía al tercer principe, un kitsune hijo de una las sirvientas del palacio, quien luego de que su madre renunciase su paradero pasaría a ser descocido para Aö. Su desaparición lo destrozo por un tiempo, aunque nunca logro hacerlo del todo.
De alguna forma el duelo de Aö sirvió para que él y el Art pudieran abrirse mejorando su relación; para Yukuhiko quien hacia poco se había unido al grupo le parecía raro el como pudieron simplemente olvidar todo formando en su lugar una amistad, Aö y el Art empezaron a ver esos malos días como algo que fortaleció su lazo aun si para el resto era inentendible.

 Al paso del tiempo termino instalándose en un palacio bastante alejado de todo, donde Akahiko simplemente quería que sus preciados "hijos" vivieran tranquilos sin preocupación alguna.
 Aösora termino tomando el control del palacio, cosa algo agotadora pero que al final podía llevar por su cuenta, y hasta en cierta forma agradecía. Por su parte el Aktiiv se limitó a auto-confinarse al último piso del lugar, o también llamado "jaula de oro" por la servidumbre del sitio. 

  Ao por su lado no necesitaba un piso entero, la biblioteca y su oficina eran más que suficiente para vivir. El resto del palacio podría desaparecieron y no lo notaría. A menos que hubieran visitas su rutina no variaba casi nunca, la para nada pequeña oficina lo mantenía encerrado todo el día llegando a dormir casi siempre allí, no necesitaba más que la tranquilidad que le brindaba tener todo bajo control y sus bestias conejo al lado. Tal vez un buen libro sobre magia, pero cada vez quedaban menos de los que desconociera. 

Fue cuando una de sus bestias empezó a volverse "salvaje" que la rutina desapareció un tiempo. Suka, una de las cuatro bestias más cercanas a él y a la vez la más libre de las cuatro, aún teniendo un espíritu aventurero siempre fue calmado hasta que ya no. Ao no sabría decir cuando empezó,  pero suka empezó a generar alborotos allá a donde iba, que robara o rompiera cosas incluso que atacara a los sirvientes se volvió algo usual. Todo era caos y destrucción si el conejo  estaba allí, al menos hasta que cierto caballero aparecía a salvar el día, esto fue algo que Ao no tardo en notar.
No supo distinguir cuando la curiosidad se volvió algo mas, apenas pudo caer en el puesto al que había asignado a aquel extraño caballero para ser seguido por algo nuevo que tardaría en asimilar. Pero esa vez tampoco fue la ultima.

  Descifrar sus sentimientos fue mas difícil de lo que le gustaría admitir pero una vez entendidos los acepto con bastante rapidez, esta vez no quería arrepentirse. Desgraciadamente para él, el destino o alguno de los dioses disfrutaba jugar con pobre mente y corazón. Apenas había terminado de poner en orden su mente y decidir el pedirle de compartir sus vidas, cuando recibió la noticia se había ido. 

  Definitivamente la perdida no era algo con lo que podría volver a lidiar, al inicio intento autoconvencerse de que solo era un error y que después de un tiempo lo vería volver, pero eso nunca paso. Su mente termino por romperse, siendo el golpe final el ver su estado; ver a la persona que mas adoraba, y de quien se supone solo estaría unos meses alejado, haberse vuelto una mera estatua de piedra, al igual que tantos otros caballeros.
Su vida por completo perdió sentido de un momento a otro, paso días encerrado, tirado en el suelo de su biblioteca. Sin comer, sin contacto con ninguna otra persona, solo él, sus amadas bestias y libros, apenas siendo consiente del sol que se ocultaba y volvía a mostrarse dando inicio a un día tras otro. Hasta que finalmente la negación volvió.

  Su vida no tenia sentido, no quería vivir si no podía volver a verle. Su mente solo podía repetir lo mucho que lo necesitaba y lo imposible que era que ese pedazo de piedra fuera su amado, se negaba a aceptarlo.
Comenzó buscándolo con desespero, si se trataba de una broma debía de estar escondido en algún lado ¿verdad?, su mente se aferraba a esa absurda esperanza "solo es una broma que escalo demasiado" se repetía una y otra vez. Se movía de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad buscando una mínima cosa que le confirmara su errónea teoría. Le tomo un par de años aceptar la realidad, suficientes para que su apariencia se volviera correspondiente a su miserable existencia, y los necesarios para buscar y aferrarse a una nueva migaja: sea lo que sea que haya pasado debería de poder revertirlo.
Aunque tuviese que conseguir el poder de un dios, aun si debía ir mas allá y conseguir alterar las propias leyes de su mundo... De alguna forma lo traería de vuelta.

  Su mente hayo la suficiente paz para poder trazar por encima el plan a seguir, la suficiente para poder considerarse cuerdo, pero no la necesaria para volver a ser una persona... Ahora eran él, las bestias, su preciada biblioteca y aquella estatua que era el único rastro que tenia de aquella persona, y a la cual empezó a cuidar como el mayor tesoro que poseía. Esa obsesión no era para nada sana, pero lo mantenía con vida, vivía y respiraba solo para buscar conocimiento que pudiera darle lo que quería.
  Durante siglos viajo por todo el mapa, de punta a punta buscando cualquier cosa que pudiera probar, y trayendo regalos con los que iba construyendo un templo al rededor de aquella estatua.
El tiempo perdió significado para él, la noche y el día era lo mismo para él, el frio; el calor; el hambre no era algo a lo que darle atención. Incluso si Hany se llenara de la sangre de quienes se interponían, a él no e importaría. Tan solo quería verle, El resto no importaba, ni el mientras ni que haría exactamente después. Tan solo debía recuperarlo.

  El día que finalmente lo "logró" fue como un sueño. Por poco pudo esquivar la espada que inconscientemente se dirigía hacia su persona. El desbordes de emociones descontrolo su poder y bloqueo su mente, apenas pudo obligar a su cuerpo a moverse atrapado entre sus brazos a aquella persona quien había perdido el equilibrio, aquella persona que tanto había anhelado poder tan solo verla. Estaba mareado y tenia la mente nublada, apenas sabia quien era en ese momento pero aferrarse a esa persona le daba paz.
Cuando recobro el sentido estaba en otro sitio, no tardo en reconocer su biblioteca, su mente se sentía como un gran lago pero lo ignoro al ver a su acompañante aun entre sus brazos. No pudo hacer mas que llorar en silencio, pegando mas sus cuerpos ante el miedo de que fuese a desaparecer, temiendo que solo fuera uno de esos dulces y constantes sueños. Solo podía rezarle por lo bajo, a quien estuviera escuchándole, que esta vez si fuera real.