XXX. Healing


Authors
ultraval
Published
2 years, 7 months ago
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Habían heridas fáciles de sanar, raspones, rasguños. Incluso algunos cortes provocados por el filo de una espada mal sujetada, o un golpe imprevisto, solían sanar más rápida y fácilmente que otras.

Pero habían algunas tan hondas, que ni todas las pociones, ni todos los vendajes del mundo parecían bastar. De muchas de ellas, ni siquiera podía encontrar la raíz.

"Hablar sana", le había dicho una vez la jefa de cocina. Con esa infinita sabiduría que parecían otorgar las salvias y el azafrán, a lo mejor eran los humos de los caldos y las cacerolas donde se embullían, y se embadurnaban en su piel tostada hasta que ella los absorbía, y de ahí nacía toda su genialidad. Pero ella, con tanta ropa encima, no era capaz de robarse ni siquiera una pizca.

Y el problema, además de todo, residía en que en general, a ella no le gustaba hablar de esas heridas sin sanar. Una herida expuesta era igual de peligrosa, y más proclive a hendirse de más.

"No hay nada que sanar."

Rosemary la miraba con indulgencia, con el mismo gesto de quien conoce más de una verdad pero te deja salirte con la tuya de igual manera. A Portia le daba un poco de vergüenza aceptar el hecho de que la modesta mujer se había convertido en la madre que Jada no había podido ser nunca. Y no es que su madre fuera mala en realidad, pero le faltaba quizá la calidez de las calderas, o quizá el tomillo y el anís.

O quizá mucho tenía que ver el que la hubiera mandado a la punta del mundo, con la promesa de un matrimonio y una vida mejor.

A veces abría la boca, pensando en desahogarse, con Eivor. Pero no estaba en posición de hacerlo, ¿qué clase de huésped sería? ¿Qué clase de dama de compañía? Además de todo, estaba comprometida con su hermano. No podía, aunque quisiera, aunque se muriera por hacerlo, ir a contárselo a ella. Aunque presentía que ella también lo sabía, y presentía, también, que de alguna forma, ambas compartían más heridas de las que podían conocer.

Tal vez en otra vida... Pero en esta, no.

Entonces, hacía lo único que sabía hacer: juntaba todo lo que dolía, y lo transformaba en una borlita, cuál estambre se tratara, para después guardarlo al fondo, bien al fondo, de su baúl, o de su closet, o de su tina, y olvidarse de ellos por un tiempo, hasta que el entumecimiento remitiera y volviera a doler.