Capriccio


Authors
TayaKiki
Published
4 years, 3 months ago
Stats
3140

Theme Lighter Light Dark Darker Reset
Text Serif Sans Serif Reset
Text Size Reset

    Con sus dos manos sobre sus rodillas, Lysandre observaba hacía el frente con expresión vacía - su mente divagando en aguas densas de pensamientos que le impacientaban, su cuerpo congelado en el tiempo en lo que él estaba en un trance auto-impuesto tal y como pasaba a menudo.

    La sala estaba en silencio. La luz, baja, alumbraba poco pero lo suficiente como para caminar sin chocar con nada, lo justo también para ver su lienzo blanco. Estaba todo ordenado en su casa, en su cuarto, en el baño y la sala de estar, casi vacío, igual que la tela que esperaba a ser utilizada frente de sí - a excepción del círculo en el que estaba, metro al frente, metro atrás, lleno de papel diario, estuches, vasos, materiales. Curioso era que, aún estando todo apiñado a su alrededor, bien y se podía apreciar un orden también; su mesa de trabajo a un costado, con sus herramientas en posición, sus pinturas cerradas pero listas para ser usadas... todo preparado. La cuestión, era que, de todo lo que podía usar y llegar a necesitar, faltaba lo más importante: su inspiración.

    Porque tenía las ganas, sí. Siempre las tenía para el momento en que llegase a tomar algo que dejase trazos y una superficie donde hacerlos. Total, que se ganaba la vida así. Tener energías y la intención y disposición para dibujar, entonces, era necesario, siempre necesario. ¿Y su imaginación? Eso. Eso era un tema diferente, siendo que era un bien que venía y se iba, subía y bajaba, se gastaba y volvía a llenarse como la barra del termostato cuando subía o bajaba la temperatura al ser expuesta a una fuente de calor o ausentar la misma - bien y podía quedar inerte, baja, o explotar con demasiado calor.

    Oh, los dilemas del artista...


    
Tampoco era como si fuese a encontrarla, de cualquier manera, estando quieto como una estatua.

    Su cuerpo, ya entumecido por su rigidez, contrastaba con sus pensamientos - moviéndose, voltéandose, rebobinando y volviendo a empezar una discusión consigo mismo. Similar era el estado de su casa: mientras había orden afuera, por dentro no lo encontraba, al parecer, este escapándose con su inspiración cuando no se dio ni cuenta.

    Lysandre entonces se dio cuenta que estaba distraído, muy distraído.

    Un atisbo de movimiento apareció en un dedo de su mano derecha, el tatuado con dos franjas de decoración, pero se congeló al desechar su intención de llamar a la única persona que lograba hacerlo aterrizar en esas noches complicadas como era esta. Después de todo, ya había hablado con Jena durante una larga tarde de día Lunes entre horas muertas y clientes que iban y venían, y era ella misma la que había iniciado aquél pequeño más fuerte torbellino mental, con una simple pregunta que volvía a repetir otra vez al recordarla:

    "¿No será un capricho?" pudo oír otra vez, perdiéndose su mirada en un infinito desconocido de color blanco, vacío... otra vez.

    Capricho.

    Algo que se desea de manera arbitraria, recordó haber leído su teléfono mientras hablaba con ella, aún si no es necesario.

    Un capriccio, 
origen de palabra italiana.

    "Del tiempo en que te conozco, Lysandre, muy pocas veces te los das. Mira tus brazos, mira tus piercengs," continuaba su mejor amiga en su mente, reviviendo el momento como si estuviera ahí, con Jena señalándolo con su lapicera rosa brillante con un pompón colgando de una cadena dorada, "todo lo hiciste para aprender y hacerlos aquí en el taller. Hasta tu ojo..."

    El pompón se agitaba de lado a lado a la par en que él procesaba sus palabras, y continuó agitándose cuando respondió con una risa ligera que si, tal vez, quizá, no estaba seguro. Continuó moviéndose el pompón cuando ella dejó el lápiz en el escritorio y la suave bolita peluda quedó colgando por el borde de la mesa, casi que siguiendo su movimiento cuando él se levantó a servirse un café.

    Todavía podía ver el pompón en frente, balancéandose casi que burlesco frente suyo, cuando en realidad no era más que un recuerdo y solo tenía blanco enfrente de sí: un lienzo vacío, todavía vacío.

    Jena le había hablado de amor. Él no podía hablar de eso con certeza, considerando que ni el amor a sus padres ni a su hermano quedaba en su recuerdo, como memoria escueta y malograda, alterada por el pasar del tiempo y la distancia con ellos, similar a lo sucedido con el marino que lo dejó esperando mirando el mar; sus amores ya no eran más, ni familiares ni románticos, y la emoción le era desconocida casi en totalidad. Habían sido años de sentirlo, motivo de oír con tanta atención a Jena ese día, y los pasados, en cada ocasión en que ella le hablase del danés que la visitaba, tal y como algunos de sus clientes también hablaban de sus amores.

    Pero él consideraba más a su amiga, obviamente. Ella, que ya no sentía la necesidad carnal de consumar actos íntimos, sucios y terrenales, hablaba así desde una posición mucho más simple, sencilla, preciosa a su modo; después de todo, el amor de Jena no era carnal, era platónico, pero no era un amor entre amigos, sino algo más puro y fuerte -que la inclinaba a querer conocer a Dirk, a estar con Dirk, hacer feliz a Dirk, a querer a Dirk, Dirk esto, Dirk lo otro-, ella era para él, él para ella, y se oía en su voz y se sentía en sus gestos que así era. Que así ella lo creía. Y que así como lo creía, su amor era un sentimiento que afloraba en el corazón e invadía el pecho, dando temblores al estomago, dejando sin fuerza las extremidades, dando mareos y sensación d vértigo al cerebro - era invasivo, poderoso, era algo que crecía e inundaba como una enfermedad, pero en vez de daño, acostumbraba al cuerpo, y de pronto, le daba fuerzas a seguir por aquél que fuese el afortunado de causarlo.

    Pero tampoco era una cosa de ser uno para el otro, y ser el uno del otro, se corrigió Jena en un momento, y él recordaba bien, porque era algo en lo que coincidía. Siendo amor, amistad o cualquier relación interpersonal - poseer al otro en amor no era literal, porque se eran personas antes que objetos que tener. Que un amor sano era libre, que si bien te arrastraba como un imán atrayendo un trozo de metal, no era algo que justificaba el arrancar a tu amor de su vida. Que era una cosa de acompañar, no de apartar. Ni de gente, ni de actividades, ni de la vida de la otra persona.

    No era tal como algo que uno eligiera sentir, le aclaró también, su voz siendo totalmente franca. Un día empezaba a pasar y cuando te dabas cuenta, ya no había marcha atrás, recordó Lysy que ella había dicho con simpleza, resignada, y que no siempre era lento, que a veces era rápido, comentó ella como si nada, pero también que no siempre uno se daba cuenta de su presencia, el amor actuando detrás de bambalinas como el tramoyista de una obra de teatro que nunca daba la cara pero ahí estaba, haciendo de las suyas, haciendo su trabajo.

    
Lysandre, que en su momento seguía viendo el maldito pompón de un lápiz -que estaba seguro tenía una cuchilla oculta en algún sitio como todo lo que Jena tenía, porque nada rosado que ella tuviese podía ser del todo inofensivo- miraba del mismo modo su lienzo blanco. Hipnotizado, sin moverse, meditando las palabras ajenas que tan raras le parecían. Ahora mismo volvía a oírlas y repasarlas por quién sabe qué vez, tal vez la quinta, la novena, o la decimocuarta; era demasiado complicado, y no terminaba de entenderlo. Habían muchos posibles casos, habían muchas variantes, no parecían haber razones, ¿era lo suyo amor, o era un capricho? ¿era amor, o solo calentura?

    Que para colmo eso le había dicho Jena, que tal vez y ni siquiera era amor; era un capricho, porque Elias tenía lo que él creía necesitar en su vida - aunque no fuese necesario.

    Nunca agradeció más a los relojes que en el instante que marcaron el término de una hora e inicio de otra: en la tarde, había anunciado la llegada del siguiente cliente y lo había salvado de responder. En el presente, anunciaba las 12 de la noche en punto, momento en que espabiló y miró ahora sí de manera consciente su lienzo, todavía vacío. Al observar la hora con detenimiento, Lysandre se dio cuenta que había pasado más de una hora sentado -más de dos, en realidad-, y por tanto, se levantó, con intenciones de beber algo antes de alistarse para dormir.

    ¿El problema? Antes había usado la excusa de la hora para no responderle a su querida amiga. ¿Ahora? No tenía excusas, siendo que era él mismo quien se llenaba de preguntas. Y caminando bajo las tenues luces de su departamento, caminó hasta la cocina, en su mente pensando en Elias y la definición de amor que Jena le había dado. ¿Capricho, amor, calentura?

    Lo que siguió fue automático: se preparó un café sin fijarse en lo que hacía. Tantas veces había repetido el movimiento, que su mente no dejó de funcionar ni una vez, ni siquiera para fijar su vista en sus acciones, puesto que en realidad sus ojos estaban fijados en las formas y colores y sensaciones que sentía sin sentir en realidad porque eran recuerdos mucho más vividos que muchos otros que tenía. Era casi como si estuviese cerrando sus ojos para ver una película mental pero sin hacerlo, pudiendo visualizar en su mente con claridad un par de ojos azules color cielo, profundos, y un mar de fuego que era en realidad cabello, o una piel que le recordaba a la tierra árida y tibia por el sol de medio día debido a su temperatura tibia, caliente, contrastando con su propia piel árida, helada.

    Y qué gracia, lo fácil que podría dedicarle un poema a Elias inspirado de su físico: aquél hombre era montañas, montes y valles, caliente y vivo, con campos de césped alto y rojizos al sol que lo mantenía abrasador, ardiendo - bajo una mirada que asimilaba el cielo brillando sin rastro de nubes que diesen sombra y apagaran la calidez de su paisaje. Hasta sus tatuajes brindaban los senderos y caminos que recorrer, a pie, con sus manos, a besos y comerlo entero, y pudo imaginar lo abrasador de su piel contra sus labios por un momento-

    ...

    Porque claro, de manera inconsciente apoyaba en sus labios una taza llena de café recién hecho. Al darse cuenta, Lysandre rió, en su solitario departamento escuchándose nada más que un eco dulce de vergüenza, pero amargo de resignación.

    Y es que su inspiración había llegado por fin, pero en mala hora, y no sabía porqué se sorprendía, pero otra vez se dirigía a su lienzo que parecía haberlo estado esperando por todo ese lapso que demoró para prepararse un café, paciente y ansioso el cuadro de ser pintado por él. De modo que antes de perder su tan esperada inspiración y guiado por sombras que dejaban trazos de piel ardiendo en su cuerpo, como caricias fantasmales de recuerdos adorados, Lysandre tomó sus materiales y se dejó ser.

    Porque a pesar de tener en sus manos sus pinceles y sus lápices y sus pinturas y sus herramientas, y aunque a veces guiara su taza de café aún caliente a su boca para beber, otra vez se veía enfrascado en memorias y preguntas y pensamientos, volcando cada uno de ellos en trazos bien dados, cuidados, seguros y cargados de emoción - aunque antes hubiese pensado en un poema, se sabía un buen pintor, no un buen escritor. Lo suyo eran pues, las imágenes, no las palabras: una buena imagen decía mil de ellas, al final, y eso era lo que necesitaba, voltear sus dudas y sus inseguridades y sus temblores en un lienzo. Este las atraparía, y volvería a sentirse tranquilo, otra vez.

    O así hasta llegar el día siguiente, un fantástico martes, a su pequeño y humilde estudio. Pero eso no lo pensaría. No ahora, al menos, en que tomaba rojos y naranjos en sus manos y los volteaba en un blanco que ya no era blanco y ya no estaba vacío si no lleno de color; a diferencia de su mente que otra vez se sentía ligera, directa, simple.

    Total, que si bien coincidía en lo dicho por Jena... no podía darle del todo la razón.

    Era cierto. No sabía del todo si era calentura o amor lo que sentía por Elias, considerando que amor sonaba demasiado fuerte para referirse a lo que sentía por él, pero sí sabía que, muy en el fondo, a su edad él mismo se sentía desfasado, solo y acomplejado; casi todos sus conocidos ya tenían parejas y se habían asentado, y no vivían apoyándose en una sola amistad sino en varias, como Lysy mismo hacía. Pero, aún y si temiera quedarse solo en algún momento -todos lo dejaban en algún momento de su vida, o lo dejarían, o quizá no, pero ahí estaba esa semilla de resignación-, había algo que Jena, su querida, no había considerado, y era que él mismo ya estaba completo y sentirse solo no significaba algo malo, sino que era el inicio de empezar a buscar compañía, y que solo o acompañado eran lo mismo, ninguno era mejor que el otro.

    Lysandre no era una persona rota. Alguien confundido tal vez sí, pero a ratos. Y si no estaba roto, si no estaba incompleto, y si tenía lo suficiente para vivir en paz - ¿no era su felicidad un capricho?

    Porque nadie en la vida necesitaba una pareja por sí misma para seguir viviendo, y cuando no era algo necesario el tenerla, cuando se podía vivir sin ello, ¿no era eso un simple capricho entonces? Un antojo, no una necesidad, algo con lo que de cualquier manera, bien y podría seguir su vida tranquilamente, siendo que las parejas podían ir y venir - una enseñanza que el marino había dejado marcada en su memoria con su crueldad. Algo que pensaba Elias también haría cualquier día, la verdad.

    Entonces... ¿Era Elías un capricho?

    Pintando de azul y amarillo, de rojo y naranjas y cafés, pudo sentir escalofríos en su realización, un calor inaudito y similar al que su cuerpo recordaba al pensar en el hombre que era más bestia que hombre en sí; los fantasmas de sus manos ahora tocaban su cuello dejando tras de sí trazos de piel tibia, y trazaban sus yugulares bajando lentamente por su piel, y se concentraban de pronto en su pecho al detenerse ahí - una calidez conocida pero singular todavía, instalándose, acomodándose, dentro su corazón. Y lo podía sentir, aún si sus ojos no se movían de los colores que tenía frente de sí.

    No le costó entender, dada su súbita realización en plena inspiración, que sí, él quería conocer a Elías. Quería estar ahí para él, también. Hacerlo feliz, quererlo, adorarlo a sus modos. Aún si fuese difícil que llegara a ser recíproco, aun si nunca se cumplía y el tiempo acabara por borrar su recuerdo, sus huellas y el calor en su ser: los caprichos no eran necesidades, y el tener una pareja no le era importante cuando él estaba lleno y completo y feliz, y sentir amor tampoco, pues habían muchos tipos y él tenía el de su amiga y su amiga tenía el suyo. Era claro, entonces, que Elias sí era un capricho, pero no por ello su aprecio y cariño y adoración y amor tenía que tener menos validez o ser falso de plano; era amor y era un capricho a la vez. No era prescindible para él. Y aún siendo no correspondido, no pasaba nada, no cuando no esperaba nada de vuelta, que eso era importante también.

    Pues el sentimiento del amor iba más allá de dar y esperar recibir a cambio. Era un sentimiento altruista. Pasaba, y lo dabas. Y ya.

    Y como tal, sonriendo por fin y enfocando sus ojos en su trabajo y pintando su propia cara de rojo al acomodar su cabello para apreciar su obra, la calidez en su corazón reposó, contenta de haber llegado a un consenso con el cuerpo y la mente del artista. Lysandre estaba satisfecho. Había respondido sus preguntas, resuelto sus incógnitas, y había pintado un precioso paisaje en un lienzo ya no vacío sino lleno y rebosante de vida, brillante y encantador aún bajo las tenues luces del cuarto; mañana, día martes, Lysandre ya pensaba, le respondería con una enorme sonrisa a Jena la pregunta que había dejado pendiente.

    Que el amor era un capricho, que ni ella ni él mismo lo necesitaban en forma de parejas - pero que ahí estaban, ella con pareja y él mirando a alguien que no lo hacía del mismo modo, y eso no estaba mal.

    Por ahora, se contentaría en beber su último sorbo de café, ya frío, y sin molestarse en su temperatura - la tibieza en su pecho llamada amor era más fuerte que un sorbo de café helado, después de todo.