Ciudad de Orth


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Mesteres
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11 de octubre ~ 23 de octubre

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﹂ De copas


De copas

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Hugh Carpenter

Aquella carta que Memphis había enviado a la superficie había enfervorizado a todo Orth. Pero aún más fue la agitación cuando Atreia Langley anunció que bajaría al fondo del abismo junto a un grupo de delvers voluntarios para desentrañar los misterios de aquella misma postula. Era una misión suicida. Una vez bajasen, no volverían a subir. Por ende, no era de extrañar que los delvers parte de la operación estuvieran inquietos. Sea por emoción o por temor, la idea de bajar a aquél agujero infernal para nunca volver no dejaba dormir a nadie.

A excepción de Hugh. Él tenía otras cosas en las que pensar.

Como, por ejemplo, en que la dueña de la taberna cerca de su casa aún no le había devuelto la olla que le había prestado hacía una semana. Iba listo para hacer guiso sin una olla. Era por esa razón que aquél hombre santurrón que jamás pisaba un pub por propia voluntad estaba en esos momentos cruzando el umbral de una taberna.

No eran horas muy cristianas para pedir de vuelta ningún objeto. El sol se estaba poniendo ya. Pero embeces.

Hugh se acercó a la barra y comentó al empleado a qué venía, y éste le respondió que la señora no estaba en el local en esos momentos, pero que si esperaba un tiempo indefinido podría cruzársela. Así pues, el varón se quedó clavado en el sitio solo, suavemente golpeando de cuando en cuando la mesa con dos de sus dedos para pasar el tiempo.

Esperanding.

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Atreia Langley

Las horas que había pasado aquel día dentro de la taberna se volvían sempiternas, tenía la sensación de llevar allí todo el día. Y la verdad es que era cierto. No lo recordaba exactamente, pero probablemente había puesto el pie en dicho sitio sobre las cuatro de la tarde. No era una hora muy ética, pero ella tampoco era una persona que los demás consideraban "normal".

Ahogar las penas en el alcohol y antros de dudosa actividad se había vuelto un pasatiempo muy común entre sus descensos y ascensos al abismo. Si no estaba en aquel maldito hoyo, estaría gritándole a un camarero que le rellenara la copa. Suspiró, ¿cómo era posible que tanta gente quisiera ir a ese infierno? Aún le costaba creer que una docena de jóvenes pondrían la mano en el fuego y la seguirían hasta lo más profundo de ese pozo.

Sin embargo los comprendía muy bien. Ella también había sido, y aún lo seguía siendo, atraída hacia el abismo con una obsesión casi enfermiza. Conforme se terminaba el culín que quedaba en el vaso, el chirrido de la puerta le llamó la atención. Un hombre que nunca había visto entrar, robusto y posiblemente cercano a su edad. Ella conocía a casi todos los vulgares y simpletones que frecuentaban el lugar, su barba perfilada y aspecto pulcro lo sacaban de lugar. Sentada y apoyando los codos en la barra, lo miró de arriba abajo analizándolo, parecía inquieto. No había captado parte de su conversación con la camarera de la barra porque se había preocupado más de pedirse otra cerveza.

—Vas a perforar la mesa—soltó de golpe dándole un sorbo al vaso—¿vienes mucho por aquí? No pareces el típico borracho cuarentón que pierde el tiempo en un garito de mala muerte, ¿qué se te ha podido perder a ti por aquí?

Una diminuta sonrisa se dibujó en su rostro.

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Hugh Carpenter

Él ni siquiera había prestado la más mínima atención a las personas que estaban en aquél lugar; no por misántropo, sino que tenía un objetivo claro al entrar y eso era recuperar su mísera olla. Así pues, no había notado la presencia de los clientes de local, y mucho menos la de la mujer que estaba bebiendo en la barra. Le tomó bastante desprevenido que ella le hablase. Aunque, para bien o para mal, la sorpresa de Hugh no se podía ver en su rostro.

Con un semblante serio posó sus ojos sobre la... ¿Desconocida...? Era una desconocida, ¿verdad? Aquella muchacha le sonaba mucho de algo, pero él no caía en dónde la había visto antes. No pudo evitar mirarla con cierta intensidad, tratando de recordar:

— Lo lamento, ¿estaba molestando? — Dijo, dejando al fin quietos los dedos sobre la mesa.

Esperó a que la contraria bebiera de su vaso para que le respondiese. Aunque, esa vez, ella le hizo una pregunta. Hugh no tenía problemas en hablar con otros ni en responder cuestiones, por lo que contestó con toda la honestidad del mundo:

— Una cacerola. Se la presté a la dueña de la taberna y la quería de vuelta, pero, al parecer, ha salido.

Toda la historia en sólo dos frases. Claro y conciso. Tanto, que la conversación podría haber acabado ahí tranquilamente. Pero Hugh era una persona que, si algo le daba vueltas en la cabeza, no estaría en paz hasta sacárselo. Fue por ello que espetó algo de repente:

— Disculpe, ¿nosotros ya nos hemos conocido antes...?

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Atreia Langley

La honestidad abrumadora del hombre le había sorprendido, no sabía si de buena o mala manera. A veces no estaba segura si ser absolutamente franco era la mejor opción. Ella no siempre decía la verdad, lo veía innecesario en algunas ocasiones. Con el paso de los años se dio cuenta que dar malas noticias de forma muy directa no causaba buenas reacciones.

—¿Cacerola?—preguntó arqueando una ceja—Tal vez no deberías ir dejando tus cosas por ahí a cualquiera, hoy puede haber salido de casualidad, ¿mañana también habrá salido, pasado, al cabo de tres meses? A veces nunca vuelven—dio otro sorbo mirándole de reojo—tus cosas, digo.

Aunque no era la más adecuada para decir aquellas frases, pues solía dejarse muchas cosas por el camino y tenía un mínimo apego hacia las pertenencias tangibles, su sentido común le indicaba que había que tener cuidado con las personas a las que les prestas cosas.

También era cierto que cuando comenzaba a notar los efectos del alcohol se volvía una especie de cangrejo ermitaño buscándole los tres pies al gato independientemente del tema.

La siguiente pregunta la pilló algo desprevenida.

—Pfffftt-- —estalló en carcajadas—¿Quién sabe? Orth tampoco es tan grande, aunque tú a mí no me suenas, ¿es esa tu forma de ligar o algo por el estilo? Porque si es así, se te da un poco mal—respondió girándose en el taburete hacia el desconocido y apoyando su barbilla en la palma de su mano.

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Hugh Carpenter

Ya con la primeras palabras que había dicho la contraria Hugh se había percatado en que la mujer había asumido cosas incorrectas. Aquello no tenía nada de malo. Él no le había dado la suficiente información. Así pues, esperó con calma a que ella terminase de hablar para poder corregirle:

— No se preocupe. La dueña es prácticamente mi vecina. — Afirmó, mostrando la palma de su mano. — Todas las cosas que le he prestado siempre han vuelto a mi, tarden más o menos.

Pensando que tal vez había sido muy seco, añadió:

— Pero tendré su consejo en mente. Gracias.

Ante la siguiente risa de la muchacha, Hugh arqueó las cejas levemente en confusión, no entendiendo qué era tan gracioso. Entonces, ella habló. Y le preguntó si estaba coqueteando. Aquella idea le provocó tanto rechazo que incluso tuvo que hacer esfuerzos inhumanos por mantener la cordialidad. Sacudió la cabeza de lado a lado:

— No tengo esas intenciones.

Y jamás las iba a tener. Se necesitaba ser un tipo de escoria en específico para ligar con una mujer cuando su esposa había fallecido hacía no mucho. O, al menos, así pensaba él:

— Tan sólo tenía la sensación de haberla visto en alguna parte. Supongo que eran imaginaciones mías.

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Atreia Langley

Ojalá fuera el caso para ella también, por desgracia muchas cosas que había no volvieron a sus manos. Tal vez por descuido o tal vez por elegir a las personas equivocadas. Soltó un suspiro largo.

—Bueno, no tengo nada que replicarte entonces—respondió—pero el que avisa no es traidor.

Era un hombre curioso. No parecía mala persona, claro que, siempre podría estar ocultando otra faceta detrás de esa cara de padre de familia acomodada. Nunca se fiaba de la gente que acababa de conocer.

Le hizo especial gracia la reacción del gigante, que negaba con la cabeza su anterior observación. Soltó otra risa y bebió nuevamente de su preciada cerveza.

—Es posible. Hay mucha gente que creo que me conoce—mencionó haciendo círculos en la mesa con el dedo índice—aunque no es algo que me haga especial agrado, pero es lo que hay a veces... ¿no vas a beber nada? El alcohol aquí es bastante bueno, te lo digo por experiencia.

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Hugh Carpenter

Quería terminar la conversación sobre los préstamos ahí, pero no pudo evitar darle un par de vueltas a aquél suspiro largo cuyo de la mujer. Lo pensó un poco, preguntándose si había sido por culpa de su respuesta previa, pero no llegó a ninguna conclusión. Hugh detestaba quedarse con las dudas. Y odiaba aún más asumir cosas. Por ende, prefirió preguntar directamente:

— ¿Se encuentra usted bien?

Después, el tema cambió. Por la contestación de la contraria notó que seguir indagando no era una buena idea, así que paró ahí:

— Comprendo. En ese caso, encantado de conocerla. — Dijo, para después darse cuenta que no había dicho lo más importante aún. — Me llamo Hugh Carpenter.

Luego fue que ella le preguntó si no bebería. A decir verdad, Hugh casi nunca consumía alcohol. No tenía nada en contra. Era sólo que prefería otro tipo de bebida. No obstante, cuando la situación social lo meritaba, siempre cedía; como decía el refrán, "allá donde fueres haz lo que vieres":

— Supongo que es de mala educación estar aquí sin consumir. ¿Tiene alguna recomendación?

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Atreia Langley

La pregunta la pilló algo desprevenida, ¿cómo que si estaba bien? Bueno, tal vez si que tuviera un aspecto un tanto demacrado, pero eso solo eran las arrugas y ese pelo grisáceo que le echaba más años de los que tenía.

—¿Eh? ¿Sí... supongo?—respondió confundida.

Al escuchar el nombre del hombre intentó rebuscar en su memoria, pero no conseguía encontrar nada de relevancia. No se le daba mal recordar caras y nombres, por lo que si no era capaz de ubicarlo en su cerebro es que nunca lo había conocido.

—Oh, sí, encantada igualmente—no se le daban bien las presentaciones, se notaba—yo me llamo Atreia.

Volvió a tomar un trago de su bebida, terminando todo el líquido restante de una. Golpeó la mesa con el vaso soltando un gruñido, después volvió a mirar a Hugh.

—Perfecto entonces, escojo yo—una sonrisa maquiavélica se pintó en su rostro—¡Camarero!—vociferó—dos whiskeys bien cargaditos, ya sabe, la especialidad de la casa—le guiñó un ojo.

Más que la especialidad de la casa, era su especialidad. El joven acató la orden tras un suspiro y un asentimiento de cabeza. En pocos segundos ya habría colocado los vasos rellenos de un licor que empantanaba el aire.

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Hugh Carpenter

— Me preocupó ese suspiro tan largo. — Confesó como si nada. — Tiendo a leer donde no hay palabras. —Hizo un ademán con la mano, como diciendo "No me hagas caso".

Cuando escuchó el nombre de la mujer, todas las neuronas del cerebro de Hugh hicieron la sinopsis que llevaban diez minutos tratando de completar. Al fin. Al fin sabía porqué la contraria le sonaba tanto. Era su jefa.

El hombre no pudo evitar esbozar una sonrisa, la primera del día, y no se le arrancó en bastante tiempo. Tanta gracia le hacía la situación que hasta el gruñido "femenino" que soltó la otra sólo hacía todo más hilarante:

— Eso explica muchas cosas. — Dijo, dejando una pausa para recordar el apellido de Atreia. — Seré parte de su grupo de delvers, señorita Langley. En unos días empezaremos a vernos más seguido.

La bebida llegó después, y fue al notar el fuerte olor que Hugh se arrepintió un poco de dejar que la chica le hiciera una recomendación. Su tolerancia al alcohol era bastante decente, pero eso no significaba que apreciara la sensación de ardor que dejaba en la garganta el whiskey aparte, eso tampoco parecía whiskey normal.

Bueno. Bebería ese vaso y ya no más. Si tragaba muy lento sufriría menos y le duraría más. Así pues, tomó la copa más cercana a él y la alzó un poco en dirección a Atreia, esperando que le correspondiera al chinchín:

— A su salud

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Atreia Langley

Soltó un suave bufido tras escuchar a su nuevo compañero de copas. A decir verdad, en ocasiones ella también solía leer entre líneas, una costumbre que le había pegado Norman y sus paranoias.

No decidió añadir nada más respecto a ese tema, por la expresión de Hugh ya lo habían dado por zanjado. Observó el vaso de whiskey sobre la mesa, sus ojos parecían brillar más de lo normal tras establecer contacto visual con el licor.

—¿Oh?—Al escuchar su apellido de labios de Hugh esbozó una sonrisa cansada que pronto se volvió una expresión de ligera sorpresa—¡Anda! Qué poco me ha durado la tapadera... Eh, ¿qué hace alguien como tú husmeando en el abismo?—preguntó sin filtro alguno.—No me malentiendas, simplemente no pareces un Delver así a primera vista, aunque es bueno saberlo. Me esperaba toda una panda de jóvenes exuberantes de adrenalina, sin tener ni la más remota idea de lo que se van a encontrar ahí abajo.

Agarró el vaso de alcohol, exhalando un suspiro. No los culpaba, aquel maldito agujero tenía una atracción diabólica. Alzó también la copa para chocarla contra la de Hugh y asintió con la cabeza. El intenso olor a destilado le inundó las fosas nasales. Vació la copa de un trago y volvió a soltar otro gruñido bajo una mueca de sufrimiento, igual que cuando alguien se come un limón.

—Uuuuuhh... había olvidado que esto era casi como beber meado de gato—bromeó intentando recomponerse un poco. Sus mejillas ya comenzaban a tornarse rosadas por la ingesta de alcohol—Bueno, ¿y qué te hizo querer unirte a esta misión suicida, señor Carpenter? ¿Eres fan mío o algo así?

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Hugh Carpenter

— Oh, puedo fingir que no la he reconocido.

Lo había dicho con cierto humor, pero si la contraria le pedía que se hiciera el loco él pasaría un tupido velo por las últimas frases que habían intercambiado. No le costaba nada. De todas formas, siguió escuchando a Atreia hasta que ella terminó todas sus observaciones:

— ¿El resto del equipo son niños?

Enarcó las cejas. Sabía que era normal que los delvers fueran muy jóvenes, pero eso no significaba que le hacía gracia la idea. Hugh optó por ignorar sus propios pensamientos y se centró en la mujer frente a él. Chocó su vaso contra el de ella y bebió. Aunque él tomó apenas un par de gotas con tal de hacer el gesto y ya está. Y pareció ser una buena idea, pues sabía a rayos. Soltó una risa por lo bajo ante el comentario de Atreia:

— Mmhm. Estaba buscando el momento para pedirle un autógrafo.

Sarcasmos aparte, no le importaba contestar a aquella pregunta y, de la misma forma que ella preguntó sin filtro sus razones por ir al abismo, él respondió de la misma manera:

— Mi esposa e hija eran delvers, pero murieron antes de poder ir al fondo. Quiero completar sus sueños en sus nombres.

Las palabras le habían salido con soltura. No obstante, justo tras pronunciarlas vino el dolor. Agarró su bebida de nuevo y dio un trago más largo en un pobre intento de aliviar esa horrible sensación que se le había formado en la garganta. De inmediato hizo una mueca. Apartó la copa de sus labios y la miró ligeramente consternado:

— ... ¿Suele beber esto, señorita Langley? Debe tener un hígado de acero.

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Atreia Langley

Rió suavemente. Le resultaba gracioso que después de, ella misma, decirle quien era el hombre quisiera hacerle dicha oferta. No era algo que se pudiera olvidar sin más.

—Oh, no, no te molestes. Tampoco es para tanto, ¿sabes? Solo con que me trates de tú a tú es suficiente para mí—respondió e hizo una breve pausa—y no me trates de usted, que no soy ninguna eminencia.

Mostró nuevamente una corta sonrisa. No le gustaba que la trataran como alguien especial, era simplemente un Delver más a pesar de su "cargo".

Asintió con la cabeza mientras le hacía señas al camarero para que le rellenara la copa.

—Mmhm, he visto muchas caras jóvenes que no reconozco. También es verdad que los Delvers de alto rango ya tienen sus manos metidas en otros asuntos—sus ojos volvieron a brillar en cuanto el camarero hizo su cometido—sin embargo tampoco es del todo malo... cuando eres joven no le temes a nada. Crees que eres imparable y te quieres comer el mundo.

Sus últimas palabras habían salido con un tono nostálgico, como si estuviera rememorando sus propios comienzos como exploradora del abismo.

Volvió a resonar su carcajada en toda la taberna, agradecía saber que Hugh tenía al menos sentido del humor a pesar de su apariencia serena.

Escuchó atentamente la explicación y la motivación de Hugh. Abrió los ojos y posteriormente los cerró. Era un móvil sentimental, pero valioso. Comprendía lo que era perder a alguien en el abismo, ella también lo vivió en sus carnes, aunque le apenó saber que su hija también había sufrido dicho destino.

—Ya veo...—resopló—creo que te he subestimado un poco Hugh. Sin embargo tienes que saber que no va ser fácil bajar ahí con esa carga.

No quiso añadir demasiado. Sería entrometerse en su vida personal y sabía que para el hombre debería ser un tema delicado a pesar de que su expresión estoica parecía demostrar lo contrario.

—Heh, ¿horrible verdad? Pero al menos ayuda a olvidar. Conmigo funciona. Y respecto al hígado... ojalá fuera así.

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Hugh Carpenter

Hugh ya había notado que la contraria le había estado tuteando desde incluso antes de saber su nombre, pero él no le había dado importancia. De todas formas, si hiciera una lista de cada cosa convencionalmente descortés que Atreia hacía estaría toda la noche escribiendo:

— El "usted" es automático en mi cuando no conozco bien a alguien. Pero no hay problema. Le- Te tutearé a partir de ahora. — Se corrigió.

Dejó una pausa para pensar antes de continuar:

— Por cierto, no hay ningún pedestal del que tengas que bajarte. Para mi no eres más que una recién conocida con la que voy a trabajar.

Una vez el asunto fue zanjado la escuchó hablar sobre el equipo de delvers. No pudo evitar darse cuenta de que a la mujer le brillaban los ojos cada vez que tenía una bebida delante. Tuvo que contener la sonrisa. Le recordaba un poco a una niña pequeña. Solo que en vez de emocionarse por un juguete era por whiskey (?):

— Esa noticia me provoca un poco de ansiedad. — Confesó. — Les apoyo en sus ambiciones, pero temo por sus vidas. Conociéndome, voy a estar encima de ellos todo el viaje.

Después, dijo su razón para bajar. No sabía muy bien qué había asumido Atreia de él previamente, pero eso no era asunto suyo. Cualquier duda que ella tuviese de su persona él la respondería. Ni más ni menos:

— Personalmente, pensar que puedo hacer algo por ellas hará que la carga no pese.

Le pareció algo curioso que la mujer dijese que el alcohol le servía para olvidar, pero, al mismo tiempo, no le sorprendió. Desde el principio ella le había dado un aura extraña. Era melancólica. Hubiese querido aconsejarla al respecto, pero no tenían la confianza suficiente todavía. Tendría que fingir que no había escuchado nada:

— ... ¿Cómo están tus órganos, Atreia? ¿Tengo que quitarte el vaso? — Dijo, medio de guasa medio en serio.

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Atreia Langley

Le pareció gracioso el pequeño desliz de su acompañante al sacar el "usted" de nuevo. La verdad es que parecía una persona muy educada, por lo que se hacía a la idea de porqué hablaba tan formal. Ella por otro lado era todo lo contrario. Parecían el sol y la luna.

—Perfecto entonces—respondió alzando el pulgar con el puño cerrado mientras el hombre siguió hablando—bueno, en eso parece que coincidimos los dos. Hay algunas personas que se ponen a la defensa tras saber quién soy... o parece que andan sobre clavos en mi presencia—comentó con una risilla de por medio—No entiendo porqué, no muerdo. Bueno, no siempre.

No era extraño saber que Hugh se sintiera de esa manera sobre sus futuros compañeros, Atreia también había pensado lo mismo en un comienzo, sin embargo su personalidad y forma de ser evitaban que ejerciera la labor de cuidadora. Sabiendo que el hombre había sido padre, no le sorprendía su reacción.

—Mhm, aunque no sé hasta qué nivel te van a dejar estar encima de ellos. Los jóvenes pueden ser un poco rebeldes a veces.

Por lo bajo murmuró «por no decir que siempre son rebeldes...» y tomó otro trago del whiskey.

—Espero que así sea, sería una lástima que perdiera pronto a mi nuevo compañero de copas—bromeó levantando el vaso.

Miró fijamente a Hugh después de escuchar lo último que dijo, segundos después estalló en carcajadas. Nadie le había preguntado nunca cómo estaban sus órganos.

—Pffffftt-- hasta donde yo sé creo que están bien, que yo sepa no me he muerto todavía—contestó finalmente tras recuperarse de la risa.—Y si me quitas el vaso esta conversación no va a terminar bien, el que avisa no es traidor.—guiñó un ojo.

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Hugh Carpenter

Tal vez era porque él jamás se había interesado por el mundo de los delvers, pero tener al Demonio de los Silbatos Blancos delante le daba bastante igual. Hasta le sorprendió un poco saber que otros sí reaccionarían exageradamente en su lugar. De repente podía escuchar en la distancia el sonido de tragar vinagre de los fanáticos de Atreia. Lo siento, gente. Prestad ollas a otros más a menudo. Tal vez podréis conocerla así:

— Suena agotador.

No sabía qué más añadir. Hacer un chiste haría que el problema se viese menor de lo que era, pero tomárselo en serio lo volvería incómodo. Prefirió dejarlo ahí y seguir hablando de otros temas:

— No tengo la intención ni la autoridad de ponerles correa. Sólo quiero echarles un ojo. Que no atenten contra sus propias vidas sin querer. — Explicó.

Ante el comentario del compañero de copas sólo soltó una suave risa por lo bajo. Aunque su expresión cambió a puro desconcierto cuando la mujer estalló en carcajadas. No entendía muy bien qué le había hecho tanta gracia. Igualmente, sonrió por puro contagio, pero la confusión no se le quitó de la faz. Le dio vueltas a ese "Hasta donde yo sé":

— ... ¿Cuándo fue la última vez que te has hecho un chequeo médico? — Su preocupación crecía por momentos. — Quien va a perder su compañera de copas voy a ser yo. ¿Revisarás que todo esté en orden antes de bajar?

La miró a los ojos, implorándole de forma indirecta.

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Atreia Langley

«Agotador... más bien una puta molestia» quiso soltar, pero se abstuvo. Nunca le había gustado llamar la atención, pero no le quedó escapatoria una vez se hizo con aquel dichoso silbato. ¿Y a qué precio? Lo consiguió intercambiando lo que más quería, ¿valía realmente la pena? Cada día que pasaba lo reflexionaba.

—Sí, bueno, agotador no es una palabra que no encaje—respondió junto a un suspiro cansado—pero en fin, nada que se le pueda hacer supongo. Cosechas lo que siembras.

Retomó nuevamente la labor más importante del día: terminarse la copa. ¿Cuántas llevaba ya? Le costaba recordarlo, había pasado demasiadas horas ahí dentro. Su visión aún no se había deteriorado demasiado así que dedujo que tampoco habían sido tantas. Sus mejillas por otro lado cobraban un rojo cada vez más intenso.

—Heh, sería interesantes ponerles correa—bromeó—si se caen por algún acantilado no sería difícil salvarles el culo. Aunque igual en el proceso se rompen el cuello, no sé qué tan beneficiosa sería esa táctica.

No quería darle demasiadas vueltas al tema, si se morían pues era culpa de la decisión que tomaron el día que eligieron bajar al abismo. El abismo no era benevolente; ella en ese aspecto se sentía de la misma forma. Tampoco iba a arriesgar su pellejo intentando salvar a algún suicida.

—Mmmmm... déjame pensar—contó con los dedos de las manos mirándolos fijamente, frunciendo un poco el ceño ya que no lograba acordarse—¿Seis... siete? No sabría decir. Norman es médico pero eh, todas las damas tienen sus secretos. Es como la edad, son cosas que no se preguntan—finalizó con un vaivén de mano.

Respecto a la última pregunta de Hugh se encogió de hombros. No era una opción que hubiera valorado, si no se había hecho chequeos con anterioridad difícilmente los iba a hacer ahora.

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Hugh Carpenter

La cara de Atreia ya estaba colorada de antes, pero el rojo era cada vez más y más obvio. Entre eso y saber que por costumbre ella bebía cosas que no eran de Dios, la paciencia de Hugh se agotó. Llegó a un punto donde quiso intervenir. Pero lo hizo disimuladamente. Le hizo un gesto sutil al camarero para indicarle que no se atreviese a seguir rellenando copas. Mientras, le respondió a la mujer:

— Quise usar una palabra elegante.

Ante el comentario de correas de la peligris, el hombre no pudo evitar imaginarse vívidamente a un niño de 14 años desnucándose. Enarcó las cejas ante su propia imaginación:

— Sería horrible. — Dijo con sentimiento. — Hay que tener cuidado con las cuerdas de escalado...

Apoyó todo el lateral de su dedo índice sobre su labio en pose pensativa y comenzó a planear qué hacer en caso de que algún compañero cayese por un acantilado. Aunque tuvo que dejar el ejercicio mental para después, pues aún tenía a Atreia delante hablándole.

Observó cómo ella comenzaba a contar con los dedos. A cada palabra que ella decía los hombros del menor bajaban más y más, completamente derrotado y sin dar crédito a lo que escuchaba:

— ... ¿Seis o siete qué...?

Cuando la vio encogerse de hombros, le copió el gesto de forma divertida. Después, se cruzó de brazos, exagerando un poco la exasperación que estaba sintiendo:

— Vas a hacerlo, ¿verdad? No es una pregunta, sino una petición. — Dijo, conteniendo malamente la risa.— Me estoy riendo por no llorar. Esto no es gracioso (?).

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Atreia Langley

Elegante. Era una palabra que a Hugh le pegaba bastante, tanto por sus modales como por su apariencia. Se fijó en su pelo y su barba, el bigote parecía bien peinado. Por un momento comenzó a reír ligeramente con una sonrisa burlona. Le recordaba a un antiguo profesor.

—Los Delvers por desgracia no se permiten ser específicamente "elegantes"—contestó tomando una aceituna que había en un bol de la mesa—hay algunas criaturas del abismo que sueltan muchos fluidos desagradables. Alguna vez me ha tocado volver a casa pringada de babas de Mandíbula Carmesí. Pero eh, dicen que son buenas para las arrugas—bromeó.

Al mencionar las arrugas recordó que el hombre a su lado parecía tener una edad cercana a la suya. Aunque en vista de las canas y las patas de gallo le daba impresión de ser más mayor. Ignoró por completo el anterior tema de los jóvenes Delvers que iban al abismo y cambió radicalmente de tema. Le causó curiosidad.

—¿Cuántos años tienes Hugh?—preguntó alzando las cejas.

Le causó especial gracia la reacción del hombre, a ella se le había olvidado mencionar qué estaba contando exactamente. Ya no sabía si era por el cansancio o por el alcohol.

—Eeeeeeeehhhhh... pues unos de esos años, qué se yo, no sé, no me acuerdo—se rascó la barbilla—La edad es mala, te hace chochear un poco aunque quieras negarlo, ¿a ti no te pasa?

En cuanto a su petición entrecerró los ojos y adoptó una pose pensativa. En realidad no estaba pensando, se había cansado de estar sentada en aquella posición durante tanto rato.

—Norman tal vez me obligue, pero querría evitarlo a ser posible, ¿qué gano con eso de todas maneras?—reflexionó sonriendo ante la expresión de Hugh—¿Y si de repente tengo alguna enfermedad que me impidiera bajar? Prefiero no saberlo.

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Hugh Carpenter

A esas alturas de la conversación Hugh apenas reaccionaba a las risitas de la contraria. La tenía tachada como una persona risueña:

— ¿Y es cierto? — Siguió la broma.

Le hubiese gustado seguir comentando más al respecto, pero Atreia cambió de tema bruscamente para preguntarle la edad. Como siempre, él contestó sin pestañear:

— Primero, informo que yo nunca miento. — Avisó.— Tengo treinta y cinco.

Luego la escuchó comentar sobre cuánto tiempo llevaba sin pisar una clínica, cada vez sintiendo más y más cómo se le iba el alma del cuerpo. Suspiró con pesadez:

— Me temo que esa excusa sólo la pueden usar los de la tercera edad.

Se quedó mirando a la mujer completamente anonadado. El hecho de que hubiesen adultos por el mundo que se cuidasen tan mal le desconcertaba:

— De acuerdo. — Dijo, palmeándose los muslos una vez. — Imagínate que estás bajando por el abismo y de repente sientes que no respiras. De haber ido al médico antes, podrías haber averiguado que tenías asma y haber traído un inhalador. Pero ahora debes morir de algo que podrías haber evitado.

¿Estaba en modo Madre Riñendo? Estaba en modo Madre Riñendo:

— O tal vez te queda poco tiempo de vida. Pero como no lo sabes, te tomarás tu descenso con calma, muriendo antes de alcanzar el fondo y de hacer todo lo que tenías planeado.

Mil y una situaciones similares pasaban por la cabeza de Hugh, pero optó sólo dar esas dos para no alargar el tema:

— ¿Me estoy dando a entender? Por supuesto, yo lo único que puedo hacer es preocuparme. — Cough Y evitar que siga bebiendo, pero aún no se había dado cuenta, así que chís

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Atreia Langley

Alzó una ceja al escuchar la pregunta. ¿Estaba insinuando que ella lo había dicho de broma? Tal vez sí lo había podido llegar a exagerar un poco, pero era cierto que la elegancia y la pulcritud era algo que se abandonaba al bajar al abismo.

—Por supuesto que es cierto—bufó.

Mientras tanto, con la mirada comenzó a buscar al camarero. Una vez lo ubicó le hizo señas con la mano para que le rellenara el vaso pero el joven parecía evitarla y hacerse el ocupado. ¿Qué demonios estaba pasando?

—Tsk, ¿qué le pasa a ese imbécil? Solo quiero otro vaso—se quejó cerrando los puños sobre la mesa.

«Treinta y cinco... qué» tuvo que asimilar bien la información porque se había quedado pasmada. ¿Cómo podía ser más joven que ella y aparentar más? Después frunció el ceño, ¿no le estaba engañando verdad?

—Eres más joven que yo—dijo e hizo una pausa—eso no me lo esperaba, ¿qué te ha pasado para parecer tan mayor? Aunque claro, las canas no ayudan... solo con fijarte en mi pelo te das cuenta.

La respuesta de Hugh ante su broma de ser demasiado mayor como para recordar cosas le dio un suave golpe en el hombro, ¿tenía que refutarle todo lo que decía? Al parecer el hombre era un maestro de las palabras.

—Si hubiera tenido asma me hubiera dado cuenta—respondió señalándolo con el dedo índice—se supone que nuestros cuerpos nos advierten si estamos sufriendo algún tipo de enfermedad peligrosa concreta, y hasta donde yo sé aún no tengo ningún síntoma preocupante—tal vez solo una, la "sed" excesiva por el alcohol—¡Eh! Llevo sobreviviendo al abismo muchos años, no me pasará nada.

Lo miró de forma desafiante por unos segundos de broma, posteriormente volvió a su sonrisa burlona. Observó la copa de Hugh. Si el alcohol no venía a ella, ella iría al alcohol. Agarró el vaso de su acompañante rápidamente para evitar que reaccionara y se lo tomó de un trago.

—Sí, sí~ —agitó la mano intentando restarle importancia—lo entiendo.

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Hugh Carpenter

"Nota mental: las babas de mandíbula carmesí pueden ser usadas como crema anti-edad", pensó Hugh, sin darse cuenta de que había ocurrido un fallo de comunicación bastante ridículo entre ambos. Se sacó de su propia mente cuando vio la interacción entre Atreia y el camarero. Le dio las gracias telepáticamente al chico. Y, por supuesto, fingió no haber visto nada. Sólo siguió con la conversación:

— ¿...? Tienes un pelo precioso. — Dijo algo confuso antes de responder a las preguntas. — Siempre he aparentado más de lo que realmente tengo. Cuando iba a la escuela los demás niños creían que yo era un repetidor.

De haber sabido que Atreia pensaba que él refutaba todo lo que ella decía, Hugh se hubiese reído y hubiese dicho que era mutuo. Apoyó su mejilla en su mano y la miró con cierto aire divertido, viendo cómo la mujer le rebatía cada frase. Está bien. No daría más vueltas al asunto:

— Mhmm~

Pero poco le duró el entretenimiento. En un abrir y cerrar de ojos, la mayor le arrebató el vaso y bebió su contenido. El varón tardó unos segundos en reaccionar. Abrió los ojos como platos:

— ... ¿En serio?

Inmediatamente estalló en carcajadas. No podía ni enfadarse. Eso había sido muy inteligente de su parte:

— ¡Jajajajaja! Un segundo, Atreia. Siéntate más cerca. — La llamó a señas con el dedo índice. — No estaría bien que empezases a robar bebidas ajenas.

Lo había dicho en broma, pero... La verdad era que la peligris le daba un poco de miedo. Por si acaso, mejor asegurarse de tenerla a un radio donde pudiese agarrarla (?).

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Atreia Langley

Alzó una ceja. ¿Precioso? Ella no lo veía así. Tampoco extrañaba su antigua melena, pero no era especialmente fan del nuevo color que desde hacía años cubría su cabello. Sentía que le hacía aparentar más edad de la que tenia; además de las arrugas que ya comenzaban a brotar en su rostro.

—Si tú lo dices... aunque desgraciadamente no puedo estar de acuerdo contigo en ese aspecto—contestó con desdén mientras atendía a lo que el hombre decía—Heh, ya puedo imaginármelo. En mi caso... bueno, ya sabes, las mujeres nos desarrollamos antes de tiempo—añadió señalando de forma subliminal su pecho.

Ver la cara de confusión de Hugh le provocó un sentimiento de satisfacción y orgullo. No era la primera ni la última vez que robaba una copa, con el paso del tiempo se había vuelto toda una experta. Siempre aprovechaba un despiste o una apertura. Sin embargo le sorprendió que su acompañante estallara en carcajadas de esa manera. Hasta ahora a penas y había sonreído en alguna ocasión. Se acercó como el hombre le había indicado.

—¿Huh? No sabía que de repente ahora eras mi padre—bromeó—es tu culpa por no cuidar de tu vaso. ¿No te han dicho nunca que cuando vas a un bar tienes que mantener siempre un ojo en tu copa? En ocasiones el desenlace es mucho peor que una copa robada.

Dio una ojeada a la taberna. No encontraba ningún otro camarero transitando por la sala y el de la barra no le hacía ni caso. Comenzaba a impacientarse un poco ya que, a pesar de haber fulminado la copa de Hugh, seguirían sin rellenársela por muchas amenazas visuales que le hiciera al joven que se encontraba gestionando la barra del lugar. Sentía que algo no cuadraba, a ella nunca le rechazaban las bebidas. Era una consumidora habitual y siempre dejaba propina, ¿qué mosca les había picado?

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Hugh Carpenter

El desdén con el que le había contestado la contraria le tomó desprevenido. Él sólo creía que el pelo de Atreia era bonito por ser tan largo, voluminoso y con un color uniforme. ¿Tal vez le había molestado un cumplido proveniente de un hombre quasi-desconocido? Hugh se mordió la mejilla por dentro. Se había relajado tanto que había olvidado mantener la distancia apropiada. Qué idiota:

— ¿Tuviste un problema similar al mío? — Dijo, ignorando tanto el asunto de la cabellera como el del pecho. Ambos eran minas.

Ante las siguientes palabras de la mujer, Hugh necesitó unos momentos para procesar de qué estaba hablando. ¿Mantener la copa vigilada? ¿Por qué? Fue tras unos segundos que recordó a qué se refería:

— Los hombres no tenemos que preocuparnos de eso.

Notó después que la adulta estaba mirando por toda la taberna, claramente buscando a alguien que le rellenase el vaso. Él quiso suspirar. No le gustaba manipular a otros, pero se odiaría a sí mismo aún más si supiese que tuvo la oportunidad de socorrer a alguien y no la tomó. Y, en esos momentos, Atreia necesitaba ayuda:

— Hablando de ese tema... ¿No deberías volver a casa, Atreia? Es bastante tarde. — Anunció. — Las farolas no iluminan bien y has bebido. Déjame que te acompañe.

Dicho eso, se levantó de su asiento y dio golpecitos en la barra, tal y como hizo al principio, dispuesto a pagar todo y marcharse con ella de inmediato.

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Atreia Langley

Miró hacia el techo una vez había escuchado la pregunta del menor. Intentó recordar sus momentos de la infancia que hicieran alusión a las situaciones que Hugh le había comentado. Había tantos...

—Mmmmm... no exactamente por la cuestión de la edad o aparentar, podríamos decir que... relacionarse con los demás no era mi punto fuerte—su tono volvía a sonar nostálgico—me metía en muchas peleas y era una niña demasiado activa. No podía quedarme quieta mucho tiempo. Tenía demasiadas prisas por vivir supongo.

Como todo adolescente, se obsesionó con la idea de crecer para bajar al abismo lo más rápido posible, sin embargo ahora se encontraba en un bar. Con demasiadas copas encima y contándole su vida a una desconocido. ¿En qué había mejorado su vida respecto a antes? Ante la respuesta del hombre sonrió de forma burlona.

—Heh... no te confíes demasiado. Que seas hombre no te hace invulnerable—rebatió dándole un suave toque con el dedo índice en el hombro—Norman en alguna ocasión se ha llevado un susto y eso que es un hombre también.

Se acomodó en la mesa poniendo los codos sobre la misma y apoyando su barbilla en las palmas de las manos. Pensó en lo mucho que echaría de menos la taberna, el alcohol y una buena conversación. Tal vez había tenido suerte de haberse encontrado con Hugh aquel día, desde luego tomarle el pelo mientras intercambiaban temas banales le había mejorado el humor de perros con el que entró hacía unas horas. Giró la cabeza para mirar a Hugh.

—¿Eh? Vamos, tampoco es tan tarde, la noche es joven, aunque nosotros no tanto—volvió a bromear—¿Ya me quieres echar? Je...—como si de una iluminación divina se tratase, cayó en la cuenta de quién era el culpable de que le cerrasen el grifo—primero haces que los camareros me rehúyan y ahora me mandas a casa, cada vez estoy más segura de que eres mi padre.

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Hugh Carpenter

No pudo evitar soltar un suspiro divertido ante la anécdota de Atreia. Le parecía curioso como una persona podía cambiar mucho con los años, pero la esencia siempre sería la misma. Podía ver trazos de esa niña bravucona en la mujer que tenía al lado:

— ¿Buenos tiempos? — Preguntó.

Escuchó sobre el caso de Norman. En el caso de Hugh, él nunca tuvo que preocuparse de que nadie le hiciera daño; al fin y al cabo, había que ser muy idiota para buscar pelea con un titán de 92 kilos. Pero si decía eso Atreia se lo refutaría. Mejor decirle que sí como a los tontos:

— Entonces, tendré más cuidado a partir de ahora.

Fue después que dio la idea de irse. Pero, para su sorpresa, la adulta ya sabía todo su maléfico plan. La situación le hizo tanta gracia que le dedicó una amplia sonrisa a la contraria:

— Vamos, hija mía. Hice tu comida favorita de cena.

Bromas aparte, a esas alturas era mejor confesar sus crímenes:

— Llevas en esta taberna mucho tiempo bebiendo cosas muy cargadas, tienes la cara roja, a nuestra edad pagamos muy caro las resacas y la falta de sueño y a estas horas las calles son peligrosas. — Explicó. — Puede que no te parezca para tanto, pero yo estoy viendo a una compañera maltratando su cuerpo y mente. Por favor, si no vas a cuidarte tú, deja que lo haga yo por ti.

Sabiendo que iba a recibir una negativa, quiso suplicar un poco más. Usó su voz más suave:

— Por favor. — Susurró. — Hazlo por papá.

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Atreia Langley

"Buenos tiempos" Sí, desde luego que los había tenido. Aunque desgraciadamente cada vez se volvían más borrosos. En los últimos años su cabeza parecía recordar más los malos momentos y sus pérdidas.

—Sí... supongo que sí. Conforme te haces mayor te das cuenta de lo que has perdido—contestó jugueteando con sus dedos.—Es fácil olvidarse de parar a recordarlos para sopesar los que nos atormentan.

Esa era la respuesta que quería escuchar. Al fin sus palabras habían llegado al hombre, aún si éste solo lo había dicho por mera cortesía y zanjar un tema que no venía a cuento.

Otra carcajada inundó la taberna, que un tío, menor que ella y que además había conocido hacía literalmente un rato, le siguiera el juego de las casitas le hacía demasiada gracia. No sabía si era por el alcohol o porque Hugh era una persona mucho más divertida de lo que aparentaba.

—Vale, vale, valeeee..—refunfuñó alargando la palabra—pero que conste que no me voy contenta eh, la conspiración que te has montado con el camarero ha sido jugar sucio.

Aprovechó para dirigir al joven de la barra una mirada amenazante y levantarse.

—No hace falta que me cuides, ya sé que parezco una jovencita de dieciocho años recién salida de la escuela—bromeó con una sonrisa—pero puedo cuidarme sola. Ah, ¿y desde cuando depurar el cuerpo con una sustancia antiséptica es maltrato?—añadió.

El susurro fue la gota que colmó el vaso. Se llevó la derecha a la frente porque se estaba partiendo de la risa. Con el cuerpo encogido intentaba recomponerse de la risa ahogada que estaba soltando.

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Hugh Carpenter

Hugh bajó los párpados. Miró en silencio a Atreia, escuchándola, cada vez siendo más y más obvio que la rodeaba un aire melancólico. Aunque se habían conocido hacía unos minutos, tenía unas ganas locas de acariciarle el pelo y darle una cajita de música. Pero no tenían esas confianzas. Aún no:

— Si siempre miras para atrás no podrás ver el camino que tienes delante. — Aconsejó. — Habremos perdido muchas cosas, pero también nos quedan muchas que ganar.

Había temido que la mujer siguiera dándole largas o que le rompiese el vaso sobre la cabeza por insistente, pero, por suerte, ella optó por rendirse. Honestamente, Hugh no esperaba llegar tan lejos. Notando la mirada fulminante que Atreia le dedicó al camarero, añadió una generosa propina a la cuenta a la par que le contestaba:

— Ojalá pudiese decir que lo siento.

Fue después que la mayor empezó a morirse de la risa por la tontería que él había dicho. Hugh no pudo aguantar más. Primero dejó escapar unas suaves carcajadas, hasta que al final se contagió de la alegría de la contraria y rió tanto como ella. Tuvo que apoyarse en la barra para no perder el equilibrio:

— E-Entonces, ¿vamos? Pfft-, ¿puedes respirar? — Consiguió articular, haciendo el amago de sujetarla por si se escoñaba (?).

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Atreia Langley

Se sintió como en una clase de filosofía. No pudo evitar soltar una risilla incrédula y cansada. No era la primera vez que le decían algo similar, pero Atreia siempre opinaba lo mismo: "es fácil decirlo pero no hacerlo". Sin embargo, admiraba el hecho de que el hombre fuera capaz de decir esas palabras tras haber experimentado de primera mano una situación parecida.

Tal vez era ahí donde más discrepaban.

—Hmm... puede que tengas razón. Aunque a mí ya no me queda nada por ganar, ¿no ves que me voy al fondo del abismo?—contestó masajeándose el cuello—lo que me voy-- no, lo que nos vamos a ganar es una muerte segura, eso tenlo claro—terminó por bromear.

Por un segundo pensó en añadir algo más, pero prefirió guardárselo. No le gustaba entrar en detalles de su vida personal con desconocidos, por mucho que luego tuvieran que verse las caras a diario. Tampoco se consideraba una persona excesivamente secretista; si le preguntaban, ella contestaba sin tapujos. Pero dar información de forma innecesaria no estaba en su plan de quehaceres diarios.

Ver a Hugh apoyarse en la barra debido a la risa que le había pegado le parecía una situación muy jocosa, tanto que, le provocó aún más risa y tuvo que ponerse de cuclillas para intentar relajarse y retomar su compostura habitual. Una vez lo consiguió se puso en pie de nuevo.

—Sí, sí, vámonos ya, que van a pensar que no nos hemos tomado la medicación—respondió ya algo más calmada pero aún conservando un tono jovial.

Se dirigió hasta la salida de la taberna a la espera de Hugh. Parecía haber anochecido ya, ¿cuántas horas habían pasado? Bueno, qué más le daría, al menos el menor le había dado una buena despedida de aquel lugar.

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Hugh Carpenter

Hugh no podía juzgarla por su respuesta fatalista. Él también tenía pensamientos parecidos de vez en cuando. Mas se esforzaba en mantener la cabeza en alto sabiendo que, de verle en ese estado depresivo, Hannah saldría de su tumba para darle una paliza. Porque ella le quiso y hubiese odiado que no mirase al frente. Y ya que él también la amó, se mantenía positivo por ella:

— La muerte la encuentran todos independientemente de en qué lugar del planeta estén. — Dijo. — Ya que sabemos que llegará de forma tan segura, es algo de lo que podemos olvidarnos.

A lo que quería llegar era a "Disfruta del camino siendo consciente de que acabará en algún punto", pero lo dejó al aire para que la propia Atreia llegase a esa conclusión:

— Veamos qué podemos ganar en el abismo.

Dejó salir unas últimas carcajadas con el chiste de la contraria, sintiéndose altamente vigorizado no sólo tras el ataque de risa, sino por haber tenido una charla con una persona tan interesante hoy. Así pues, fue a la salida después de ella para acompañarla un rato más. Era hora de volver a casa.

... Supuso que ya recuperaría su mugrosa olla otro día.