Ciudad de Orth


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2 years, 9 months ago
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11 de octubre ~ 23 de octubre

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﹂ Animales callejeros


Animales callejeros

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Hugh Carpenter

Ya había pasado un tiempo relativamente largo desde que su esposa e hija habían muerto, pero Hugh seguía descubriendo más y más cosas sobre la ausencia de ambas. Como, por ejemplo, la cantidad de comida que sobraba ahora. Acostumbrado a cocinar para tres, el hombre siempre acababa con más de media cazuela llena cada día.

Tirarlo todo era un desperdicio. Dárselo a los vecinos no era opción, pues ellos tampoco podían terminarlo. ¿La nueva solución del varón? Dárselo a los perros callejeros.

Así pues, Hugh bajó hasta las calles que rodeaban la gran plazoleta, donde siempre habían algunos chuchos sueltos. Una vez allí, dejó el enorme plato con el estofado, cuyo olor rápidamente atrajo a los animales de la zona; entre ellos, un gatito blanco y negro. Tan pronto como vio al minino, él le puso la mano sobre la frente y empujó suavemente hacia atrás:

— Tú no. Los gatos tenéis un estómago delicado.

Pero el felino no se rendía. Trataba de esquivar al titán como podía, aunque sin éxito de momento. Empezó a maullar de la rabia:

— Te va a sentar mal

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Dylan Chester

Se había pasado casi todo el día fuera de su hogar. Posiblemente se llevaría una terrible reprimenda de su tío al volver por haberse saltado la hora de almuerzo sin avisar, pero a esas alturas ya no le importaba en absoluto, de todas formas, eran las pocas faltas que haría antes de no volverlo a ver en su vida posiblemente.

Luego de un largo paseo entre la ciudad y los campos, sentía los pies adoloridos y su estómago comenzaba a sonar pidiendo a gritos algo de comer. No tenía más opción que ir a su hogar y almorzar como era debido, porque el dinero en su bolsillo no le alcanzaba ni siquiera para un pequeño caramelo...

Pero como su orgullo era más grande que su apetito, simplemente decidió sentarse en la banca de una plazoleta y cruzar los brazos con un mohín de fastidio.

Generalmente viendo a los perros y gatos de la plaza se sentía con los ánimos más elevados; los conocía bien, tanto así que a algunos les puso nombres para identificarlos y jugar, todo esto mientras hacía sus escapadas tiempo atrás. Le preocupaba que algunos no pudieran comer debidamente, por lo que de vez en cuando les llevaba un poco de comida que sobraba de la cocina.

Ver al señor dejarles un plato en el suelo le hizo sentir un leve alivio pasajero, no obstante, se quedó atento a sus movimientos, no sabía si el sujeto tenía buenas intenciones o no. Para sacarse de dudas, prefirió acercarse y corroborar por su cuenta la comida.

—Este no tiene un estómago delicado, ha devorado de todo y sigue igual de molesto. Deje que Salmón coma los trozos de carne y se irá por donde vino, es lo que más le gusta —Le espetó al hombre mientras intentaba calmar al minino con un par de caricias. Parecía que la comida estaba bien dentro de todo.

Observó de reojo a los otros animales, alzando levemente una ceja.

—Los perros y gatos se pelearán si se encuentran, sobretodo Manchas y Pachón ¿Tiene más comida? Dejarlos cerca de las bancas es lo que hacen los vecinos.

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Hugh Carpenter

A pesar de que estaba tratando de apartar al gato, no podía evitar sonreírle al felino; era muy pequeñito, suavecito y adorable. De no ser porque en unos días tendría que bajar al abismo, se plantearía adoptar a una mascota.

En eso que miraba al minino, una súbita voz le habló. Hugh ya tenía su edad, así que no se sorprendió más allá de unas milésimas de segundos antes de responderle con toda la tranquilidad del mundo:

— Había oído que los gatos no pueden comer cosas cocinadas. ¿Asumo que no es cierto?

La pregunta era genuina. Él no sabía nada del cuidado de animales, así que en esos momentos se guiaba por conocimientos sueltos que tenía. Así pues, prefirió hacerle caso al recién llegado, retirando la mano y dejando que el gatito zampase como si no hubiese comido en años:

— Tengo otro plato más. — Dijo, incorporándose. — Lo dejaré en las bancas.

Fue entonces que el hombre miró a quien tenía cerca. Oh. Era un chavalín. Uno bastante experto en el tema, al parecer. Con tantas instrucciones, se empezó a preguntar si estaba molestando en vez de ayudar:

— ¿Sueles cuidar de los animales de la zona?

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Dylan Chester

En cuanto el hombre emitió sus primeras palabras, pudo notar que al igual que tu tono de voz, su semblante parecía ser de una persona bastante tranquila. Si hubiera sido él a quien le hubieran hablado, no se habría permitido reaccionar con tal serenidad bajo la interacción de alguien totalmente desconocido, pero en el hombre era lo opuesto, y eso le daba curiosidad.

Pudo tomarse la libertad de relajar sus hombros y ver a los animales comer con impavidez.

—No estoy seguro —Habló luego de unos segundos de estar pensando en su pregunta —Pero los animales aquí no tienen más que comer que lo que les dan los vecinos, así que supongo que es mejor a que nada.

Mientras el contrario se dirigía a poner el plato en las bancas, se aseguró de agacharse y mover levemente los platos de las mascotas para que estuvieran más separados entre sí. De paso, aprovechó de acariciar a otros gatitos de la zona.

Viendo que los perros se concentraban en cierta zona de las bancas, su semblante cambió a uno más tranquilo y de mejor humor, hasta podría decir que se había olvidado del enojo que había tenido hace unos momentos. Internamente le causaba gracia ese detalle.

—A veces —Dejó pasar un breve silencio antes de continuar —Cuando sobra comida en casa vengo a alimentarlos, o a jugar con ellos antes del atardecer.

Viendo que su respuesta fue más breve y seca de lo usual, tomó la iniciativa de seguir la conversación con el señor; no parecía ser un mal sujeto y quizás intentaba convencerlo indirectamente de que alimentara a los animales para cuando él fuera al abismo. Sí, sonaba a un buen plan.

—¿Y usted? Es primera vez que lo veo en esta zona.

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Hugh Carpenter

Escuchó con atención las palabras del contrario, masticándolas en su mente lentamente. ¿De verdad era mejor darles comida que a la larga les hacía daño? ¿No sería eso alargar el sufrimiento de los pequeños? Lo meditó un buen rato. Y, al final, llegó a una conclusión:

— No puedo opinar sin saber nada del tema. Sé cuidar de humanos, no de animales.

Dicho eso, puso los platos donde había sido indicado y después volvió junto al desconocido. Miró a los perros y gatos que comían a gusto. A pesar de ser callejeros eran adorables:

— ¿Te gustan los animales?

El muchacho parecía ser buena persona, viendo cómo se preocupaba por esos mininos sin hogar. Normalmente a Hugh le incomodaba estar cerca de gente tan joven, pero en esos momentos estaba bastante a gusto gracias a la personalidad del otro:

— Cociné de más. — Contestó. — Pensé que darle la comida a alguien que la necesitase sería mejor que tirarla.

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Dylan Chester

Finalmente y luego de quedar en silencio, asintió y se sentó en las bancas para observar de cerca a los perros comer con gozo. Cruzó tanto piernas como brazos al momento de observar los movimientos del señor, sosteniendo un semblante petulante pero al mismo tiempo sereno.

Se pensó unos segundos la pregunta del hombre, mentiría si respondiera que no, porque esos animales le habían ayudado en más de una ocasión para evitar querer tirarse por el abismo. Acariciar el sucio y áspero pelaje de los perros le traía paz, y jugar con los gatos mientras los mismos le sacaban las garras le hacían olvidar levemente la vida que estaba llevando y de la cual se iba desplomando.

A veces pensaba que en algún punto retorcido tenía varios puntos en común con esos animales de la calle, ese tipo de pensamientos le traían una sensación de melancolía profunda, pero al mismo tiempo se sentía acompañado, como si pudiese compartir un poco de su tormento con ellos para practicar de a poco su templanza.

Era un pensamiento estúpido y que por obvias razones no diría, así que sólo se limitó a asentir con la cabeza nuevamente y de manera desinteresada.

—Supongo que sí.

Pese a que prefería alimentar en solitario a los animales, la compañía del señor no le molestaba, es más, le recordaba un poco a uno de los perros más tranquilos de la camada.

—Hizo bien, ellos se lo agradecerán —Mientras decía eso, acarició a uno de los canes que se le refregaba en la pierna.

Sí. Realmente iba a extrañarlos. Y esperaba enormemente a que ellos lo extrañaran también.

—Me ausentaré un tiempo, así que no podré cuidarlos —Comenzó a hablar de nuevo, desviando su vista hacia el sujeto —¿Conoce a alguien que pueda alimentarlos mientras no esté? Me preocupa que no coman bien.

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Hugh Carpenter

Le pareció curioso que su respuesta incluyese la palabra "supongo", pero no lo suficiente para querer preguntar al respecto. Dirigió su mirada a los animales. Descubrió que algunos eran bastante mimosos; incluso uno de los perros posó sus patas delanteras en el muslo de Hugh para pedir caricias. Él tan sólo le observó, divertido:

— Eso espero. — Dijo, antes de recordar algo. — Aún no te he dado gracias por los consejos. De no ser por ti, seguramente hubiese hecho más mal que bien.

Después escuchó su petición. El hombre apoyó el lateral de su dedo índice sobre los labios en pose pensativa:

— Mhmm... Yo debo bajar al abismo. Preguntaré a mis vecinos.

Él vivía en una zona alejada, pero nunca se sabía si alguna persona era muy animalista y haría el paseo por los pequeños:

— ¿Cómo te llamas, por cierto? Yo soy Hugh Carpenter.

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Dylan Chester

No sabía bien cómo responder a los agradecimientos a su persona, por lo que se limitó a mover la cabeza en señal de aceptar sus palabras. Desde su percepción no había hecho mucho por el señor, aún así, no evitó sentirse un poco más relajado y animado por sus palabras al haber podido ayudar de alguna forma.

Al captar su siguiente respuesta, alzó las cejas con sorpresa ante el hecho de que el hombre bajaría al abismo. ¿Quizás se trataba de un silbato más elevado? Parecía ser que tenía experiencia en el campo, pero una vez más comenzaba a hacer prejuicios y conclusiones apresuradas con su apariencia.

—¿Usted también es un delver? —Quizás podría sonar un poco obvia la pregunta, por lo que volvió a agregar luego de una pausa —Debo bajar al abismo pronto, en su posición de seguro ha escuchado la misión que se ha expandido por la ciudad. Participaré en ella.

No iba a entrar a grandes detalles si al hombre no le incumbía, pero sintió la necesidad de decirle a esas alturas. Ahora que no tenía a nadie en mente que pudiera encargarse de los animales, sólo podía confiar en que el adulto buscaría un poco de ayuda. Él por su lado haría lo mismo preguntándole a los vecinos de la plaza.

Realmente no sentía la necesidad de memorizar nombres de personas que no le importaban en lo absoluto, sin embargo, esta vez tendría en mente el nombre del señor por si en algún momento lejano necesitaba otra olla más de comida para las mascotas.

—Puede llamarme Dylan, señor.

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Hugh Carpenter

A veces Hugh tenía que recordarse a sí mismo que era normal que hubiesen muchos delvers en la ciudad que había sido construida alrededor del abismo. Que todo aquél con curiosidad por él había aceptado unirse a la misión suicida de la silbato blanco. Y que él era el raro por no tener interés en ese agujero:

— Qué pequeño es el mundo... Seremos compañeros, entonces.

Mientras decía eso le clavaba la mirada al muchacho. Atreia ya le había avisado que el grupo estaba lleno de niños. También había conocido a Su Hua, quien no parecía superar los 20 años. Pero el chico que tenía delante... Era incluso aún más joven que ella:

— ¿Cuántos años tienes?

Le daba rabia. Le enfurecía lo cruel que era el sistema, el cómo a la gente le daba igual darle silbatos rojos a bebés y mandarlos a morir. Pequeños que aún tenían las mejillas regorditas y los ojos llenos de inocencia, que creían tiernamente que iban a vivir una aventura como en los libros de cuentos:

— ¿Tus padres saben que eres parte de la operación?

Porque de ser así y de aún así permitirlo, habría una pareja desconocida en Orth al que él maldeciría para sus adentros.

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Dylan Chester

Asintió concentrado en sus palabras. Tal como decía el mayor, era bastante pequeño el mundo, pero no podía esperarse más en Orth y en los pequeños distritos que lo conformaban, tarde o temprano lograba escuchar los rumores de delvers venir e irse, era ya una costumbre.

Que el adulto le estuviera mirando fijamente lo ponía un tanto incómodo, incomodidad que sació tras acariciar a uno de los perros que pedían mimos y se le refregaban en la pierna otra vez. Con eso se distrajo un poco hasta sus siguientes palabras.

—Tengo quince años —Respondió algo desconcertado, que un recién conocido le preguntara su edad se le hacía algo fuera de lugar, por lo que no evitó fruncir el ceño con suavidad, tomando la iniciativa esta vez de mirarlo con un semblante crítico —¿Acaso piensa que soy muy joven para ir a la misión? En ese caso, me permitiré sentirme ofendido, no busco que juzguen mis decisiones cuando no tienen idea.

Quizás, sólo quizás, estaba dejándose llevar por sus pensamientos, puesto que solía darle muchas vueltas a las palabras que se les insinuaban los adultos. En este momento lo sintió así, y pese a que sonó levemente grosero y molesto, intentó trasmitirle un semblante calmado. De todas formas, la templanza era una virtud que no a muchos se les concedía, y debía trabajarlo.

Las palabras siguientes de Hugh en referencia a sus padres tensaron cada extremidad de su cuerpo. Hablar de sus padres nunca había sido fácil, y de hacerlo, probablemente entraría a uno más de sus ataques de angustia, ira o ansiedad, porque se conocía bien, sabía que la tal mínima mención de sus figuras biológicas revivirían ese fatídico día en el océano, y necesitaba evitarlo a toda costa.

Sin ánimos de responder, se levantó con brusquedad de la banca y caminó un poco por esa pequeña área, lo suficiente para no alejarse del hombre mayor, y con la visual excusa que acariciaría a uno de los mininos. Sus manos se hallaban constantemente temblorosas.

—Eso a usted no le incumbe.

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Hugh Carpenter

Quince años... Tan sólo tenía quince años. Hugh sintió cómo si alguien estrujara su corazón hasta hacerlo estallar. Hizo todo lo posible para tragarse esos sentimientos y explicar su punto de vista al muchacho, mas no pudo enmascarar una mirada llena de tristeza:

— Mi hija murió en el abismo con catorce.

Hizo una pausa para tomar aire. Necesitaba encontrar las palabras correctas:

— Era tan pequeña... Apenas había aprendido a hablar y caminar. Aún estaba aprendiendo ecuaciones en el colegio. Yo estaba ahorrando para su boda. Le quedaban tantos años por vivir...

Le era complicado poner sus pensamientos en frases coherentes, pero hizo lo que pudo:

— No estoy juzgando tus decisiones. Simplemente... Me abruma la melancolía cuando veo a otros niños de su edad hacerse delvers, porque tengo miedo de que ocurra lo mismo. No quiero volver a ver una tumba tan pequeña otra vez. — Explicó. — El problema soy yo.

Tal vez había hablado de más, sobretodo teniendo en cuenta que apenas se conocían. Pero Hugh no podía evitar explayarse cuando algo le importaba. Viendo que Dylan no quería hablar del tema, el hombre sólo quiso añadir una cosa más:

— Es cierto. Sólo ten cuidado ahí abajo y haz caso a los guías, ¿de acuerdo?

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Dylan Chester

No sabía lo que estaba pasando.

Primero, había tenido un día de mierda que fue salvado por los animales de la plaza, como era de costumbre, y ahora estaba escuchando el melancólico monólogo de un señor de no más de cuarenta años explicando el motivo de sus palabras y su extraña preocupación a un mocoso de quince años que bajaría a arriesgar su vida al abismo. Todo era muy surreal.

Antes de que el hombre profundizara más en sus palabras, Dylan olvidó momentáneamente esos temblores de sus manos y volvió a colocarse al lado del adulto, si bien se le dificultaba mirarlo a los ojos mientras el contrario contaba aquello personal, quería hacerle entender que estaba escuchando atentamente sus palabras.

Porque claro, a él también le hubiera gustado recibir lo mismo en un pasado, ¿Quién en su sano juicio no haría por otros lo que quieres que otros hagan por uno? Esa pregunta le rondaba siempre por la mente.

—Lamento mucho su pérdida.

Finalmente contestó con una voz más apagada, pero determinada, apretaba sus manos con fuerza y los temblores no cesaban, esos temas nunca habían sido fáciles, y suponía que para el contrario tampoco.

Era algo inevitable, el hecho de que algunos bajaran y no volvieran con vida era una fea costumbre que se había normalizado con el pasar de las expediciones, era un temor latente que tenía en su consciencia, pero como no estaba atado a nada importante en la ciudad, ¿Realmente podría hacer caso de las palabras de Hugh y cuidarse para sobrevivir?

Era tragicómico desde su punto de vista, o más bien... retorcido. Pero debía hacerlo, un lado recóndito suyo quería seguir viviendo y poder reparar su vida.

Ahora sabía un dato más de este señor, y eso le hacía vulnerable frente a ese mocoso de quince años que era.

Relajó los hombros e inspiró entrecortadamente.

—Mis padres fallecieron hace algunos años —Contó como si fuera el dato más casual del mundo, sin una pizca de tristeza, con total neutralidad. Por lo menos de esta forma sentía que ambos estaban en equilibrio con sus temas personales, y de esa forma sentía que podía empatizar, aunque no fuesen los mismos duelos —No quiero que sienta pena por mí, así que evite decir cualquier cosa —Espetó esto último enseguida.

Estirando con suavidad sus brazos, soltó un largo suspiro, aquel que había retenido desde la mañana.

—Me cuidaré, pero usted hágalo también, por usted y por su hija, ¿Sí?

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Hugh Carpenter

Ya habían pasado dos años desde la muerte de su hija, por lo que Hugh había tenido tiempo para aceptarlo. Hablar de ello era más fácil que hacía varios meses. El problema al que se enfrentaba en esos momentos era ordenar todas sus ideas en un discurso cohesionado; al fin y al cabo, el desasosiego que dejaba la muerte de un ser querido era algo que sólo un poeta podía aspirar a describir:

— Gracias. — Respondió. — Lo siento por ponerte en una situación incómoda. Pensé que sería peor si malentendías mis intenciones.

¿Estaba poniendo un arma en manos del chico? Seguramente. Pero el hombre siempre prefería correr ese riesgo a ser odiado por cosas que nunca había dicho ni hecho. Escuchó lo que Dylan tenía que decirle y al fin entendió la reacción que había tenido antes.

Cuando el muchacho le dijo que no dijera nada, Hugh bajó la mirada y sonrió. El menor era bastante terco. Muy cerrado. Pero a él le gustaba ese tipo de personalidades. Y era incluso aún más comprensivo sabiendo que el contrario era un adolescente. Asintió a sus palabras:

— Voy a serte sincero: voy a echarte un ojo toda la incursión. A ti y a los demás. — Quiso aclarar. — Me han dicho que puedo llegar a ser muy cansino. Pido paciencia.

Por alguna razón se sentía más a gusto en su propia piel ahora y podía hablar más. Definitivamente le había gustado Dylan.

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Dylan Chester

Negó con la cabeza, haciendo alusión a que no tenía mayor problema con la situación incómoda que se acababa de crear.

En realidad, agradecía que fuera franco y honesto con él, valoraba mucho a las personas que decían las cosas sin rodeos y maquillaje; las personas sinceras eran con las que más se podía sentir cómodo en la vida, y las que posiblemente les dijeran las verdades a la cara.

—Es mejor ser honestos y francos que avivar los malentendidos —Fue lo último que dijo ante sus primerizas palabras.

No sabía si el hombre estaba del todo bien con haber soltado eso, por lo que se pensó varias veces si llamar a algún gato y hacerlo subir a su regazo. A veces acariciando a los mininos podía recuperar la serotonina que perdía diariamente. Optó mejor por dejar las cosas así tal cual.

Ante lo dicho, quedó un tanto atónito bajo esas palabras, no obstante, no evitaron hacerle sentir divertido, por lo que, por lo bajo, soltó una pequeña e indivisible risa.

—Pues yo soy el niño más terco y grosero de todo Orth, probablemente —Confesó sin mucho preámbulo —Así que pido paciencia también —Imitó la misma gracia del hombre.

Así que así se sentía estar un poco más acompañado, ¿No? Quizás descender no iría a ser tan solitario después de todo.

Uno de los canes del sector había ladeado un poco el plato que Hugh había puesto cerca de las bancas, aquella acción produjo que una porción pequeña de la comida se esparciera en el suelo y, en consecuencia, atrajera el olor tanto a Hugh como a Dylan.

Había olvidado totalmente que no había comido como corresponde en aquel día, por lo que su estómago rugió con todo el descaro y ruido del mundo.

— ... —Antes de que el adulto dijera algo, llevó su dedo índice a su propios labios, susurrando un "shhh, no diga nada" con total vergüenza.

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Hugh Carpenter

Ante la respuesta del chico, Hugh ladeó la cabeza y le dedicó la primera sonrisa abierta del día:

— Veo que pensamos igual.

No pudo evitar soltar una pequeña risa cuando escuchó la descripción que Dylan había hecho sobre sí mismo. Había visto algún atisbo de esa terquedad y grosería que él había mencionado, pero nada que él considerase preocupante. Aunque... El hombre siempre había pensado que esos rasgos de personalidad eran adorables:

— La tendrás.

Fue entonces que el rugido del estómago del menor retumbó por toda la ciudad, y él suplicó que Hugh se hiciera el demente. Eso fue la gota que colmó el vaso:

— ¡Jajajajajajajaja!

Sus carcajadas fueron graves, profundas y audibles; le habían salido del corazón. Tardó unos segundos en recuperarse del ataque de risa. Estaba bien. Si Dylan quería que se hiciera el loco, él se haría el loco:

— Acabo de recordar que no he comido hoy. — Mentira, sí lo había hecho. — ¿Te apetece acompañarme a algún restaurante?

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Dylan Chester

Para él era sumamente extraño encontrarse al día de hoy con una persona que "tolerara" sus actitudes inmaduras, por lo que ver tanta comprensión y tranquilidad en Hugh lo perturbaba en cierto grado. Estaba acostumbrado a que le remarcaran todos esos defectos que tenía, por su edad decían unos, por las vivencias otros, fuera cual fuera, no podía evitar sentirse inquietantemente tranquilo en ese momento.

Pero como a veces solía decirse a sí mismo, no podía pasarse toda una vida sobrepensando las cosas ni inferir intenciones detrás de las palabras que decían las personas a su alrededor, ¿Podía permitirse relajar los hombros en esta ocasión? Sintió la curiosidad de indagarlo.

Cruzó los brazos, esperando que el hombre dejara de carcajear en su cara, sintiéndose totalmente avergonzado de la acción de su estómago. Probablemente lo había escuchado pero se habría hecho el demente, aún así, no evitó sentirse como un niño de cinco años.

—¿Ya terminó de reírse? —Preguntó en un tono levemente hastiado, no obstante, sus palabras no eran completamente bravas y hasta podrían sonar graciosas.

Al momento de que el adulto terminó de reírse, procesó brevemente su invitación antes de responderle. Estaba seguro que en algún universo paralelo sus padres vivos le dirían algo como no salgas con adultos desconocidos ni le aceptes dulces. Pero detalles.

—Está bien —Respondió sin darle muchas vueltas a sus pensamientos —Lo acompañaré, pero olvidé mi dinero en casa, así que no comeré con usted.

Dicho esto, se levantó de la banca y se dispuso a acariciar a las mascotas con toda la tranquilidad del mundo, por última vez en ese día.

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Hugh Carpenter

Ante la pregunta del chico, Hugh hizo un ademán con la mano para indicarle que ya había terminado de reírse; eso sí, la amplia sonrisa no se le quitó en ningún momento. Aunque no pudo evitar sentir algo de confusión ante la siguiente frase. Lo último que esperaba era que un niño de quince años tuviese dinero encima. Pestañeó varias veces:

— Yo invito. — Dijo. — ¿Qué te apetece comer? Aprovecha antes de bajar al abismo.

Vio cómo el chico acariciaba otra vez a las mascotas. Ojalá tener una cámara para sacar foto a una escena tan bonita... Un momento. Estaban en una zona comercial. Si quería una cámara, podía comprarla en pocos minutos:

— Hablando del abismo... ¿No quieres llevarte un recuerdo de ellos? — Añadió, haciendo el gesto de usar la máquina fotográfica.

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Dylan Chester

¿Debería aprovechar la amabilidad del adulto en esa ocasión?

Si fuera otro momento, le habría dado un montón de vueltas, pero como su estómago estaba por convertirse en un agujero negro, prefirió aceptar la invitación y animarse un poco más con ello, de todas formas, no todos los días se encontraba con adultos delvers que lo invitaran a comer.

—Hm... —Lo pensó un poco, en realidad cualquier cosa le parecería bien, mientras fuera comestible —...Creo que algo dulce estaría bien.

Otra cosa que extrañaría de la ciudadela eran las golosinas del señor de la esquina de su casa. Tras haberse percatado de eso, sintió el impulso de comer un montón de dulces hasta atragantarse antes de irse de allí. Lo anotaría para hacer luego.

Ante la pregunta siguiente de Hugh, alzó con curiosidad las cejas mientras volvía la vista a los canes del sector. Ahora que lo pensaba, no se traía nada de valor personal en su mochila, y la idea de llevarse una foto de los animales no le resultaba mal.

—Creo que me haría feliz recordarlos abajo con una fotografía —Dicho esto, le dio el visto bueno a la propuesta de Hugh.

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Hugh Carpenter

Cuando el muchacho le dijo que le apetecía algo dulce, el hombre se quedó pensando un buen rato en qué clase de platos encajaban en esa descripción. No obstante, sólo se le ocurrían postres. Enarcó muy sutilmente las cejas de forma divertida, recordándose a sí mismo que los jóvenes no eran exactamente muy buenos pensando en dietas equilibradas:

— ... Podemos comer algo decente primero, y luego podemos ir a una pastelería. ¿Te parece bien?

Sonrió de nuevo cuando Dylan mencionó la fotografía:

— Vamos a por una cámara.

Así pues, comenzó a andar junto a él tanto para ir a un restaurante como para buscar una máquina fotográfica. Luego Hugh vería si podía convencer al menor de hacerse una foto junto a los animales. Si pasaban muchos años en el abismo, estaría bien que todos pudiesen recordar cómo era Dylan a sus quince años. Ojalá, esta vez, pudiese ver a alguien convertirse en un adulto.